Cincuenta años de soledad

El presidente de los Estados Unidos Barack Obama anunció esta semana la intención de su gobierno de emprender una serie de conversaciones y negociaciones con Cuba orientadas a restablecer las relaciones diplomáticas entre ambos países, interrumpidas desde que el revolucionario Fidel Castro anunciara en 1961 su adhesión al comunismo. Obama reconoció que la política norteamericana respecto de Cuba había estado equivocada y no había conseguido los resultados buscados. Ese reconocimiento, aunque loable, se quedó corto. La inserción de la cuestión cubana en el contexto de la guerra fría fue la torpeza más torpe de todas las torpezas cometidas por la diplomacia estadounidense en América latina, y encontró, claro que sí, una respuesta simétrica en los líderes cubanos y sus mandantes soviéticos. Al cumplirse en 2009 el cincuentenario de la revolución cubana, escribí en este sitio: “La torpeza simétrica, y mutuamente necesaria, de La Habana y Washington, o quizás su propósito último y secreto, convirtió lo que por evolución histórica debían ser décadas de democratización política y desarrollo económico, en una larga noche de crímenes, despotismo y corrupción que cubrió de tinieblas desde el río Grande hasta la Tierra del Fuego. Acicateándose una a otra según su lógica perversa, las usinas de agitación y propaganda de esas dos capitales apretaron a Sudamérica con la pinza acerada de la guerra fría, y trastornaron su histórica búsqueda de libertad e independencia en una contienda ideológica entre modelos igualmente ajenos a la región, e igualmente repudiables. Desde La Habana y desde Washington se buscaron simpatizantes locales, se los adoctrinó, se los entrenó, se los armó, y se los financió, para lanzarlos al campo de una batalla donde quienes pusieron el cuerpo (pusieron los muertos) fueron en su mayoría ajenos a esos cuadros, desde soldados regulares hasta incautos militantes.” El daño causado por la política de los Estados Unidos respecto de Cuba desbordó entonces largamente las costas de la isla y afectó por décadas a todos los países latinos, tal como el presidente argentino Arturo Frondizi se lo había advertido a su par John Kennedy. Un oportuno artículo del embajador Albino Gómez recordó esta semana esos diálogos.

La nueva actitud de Washington respecto de la isla es un paso en la buena dirección, impulsado no sólo por cuestiones morales, sino por nuevas y muy concretas demandas geopolíticas. Desde el mundo bipolar (EE.UU.-URSS) que enmarcó el conflicto cubano para desgracia de todos nosotros, y luego de una breve transición por la unipolaridad, llegamos a un mundo multipolar en el que cada potencia busca afirmarse en su zona de influencia: China en Asia, la Comunidad en Europa, y Rusia, que no acierta a encontrar dónde. Moscú y Beijing, al mismo tiempo, como en el juego del TEG, buscan colocar sus fichas en las regiones desamparadas del globo, y así lo han hecho en África y lo hacen en América latina. Pero América latina debiera ser el área de influencia natural de los Estados Unidos, si no fuera por el hecho de que la desatendieron, o peor, la atendieron mal, durante tanto tiempo. “Todos somos americanos”, dijo Obama en correcto castellano, una consigna remozada, menos antipática que la de su predecesor James Monroe: “América para los americanos”. Tal vez Washington se acordó tarde. Mientras Obama hablaba, el Congreso argentino aprobaba una mayúscula cesión de soberanía en favor de China, que ahora contará en la provincia de Neuquén con una base de destino incierto y secreto, fuera de la jurisdicción argentina, en la que ya flamean las dos banderas (situación que los militares consideraron inaceptable en Malvinas). Rusia y China buscan simultánea y aceleradamente oportunidades de inversión en todo el continente, y las encuentran, desplazando a los inversionistas norteamericanos, pero el Wall Street Journal se entusiasma con las perspectivas que se abren en el inexplotado mercado cubano. En todas partes, los gobiernos reflejan las miopías de sus sociedades.

En un contexto regional, el inicio de conversaciones con Cuba asesta un golpe significativo a la retórica izquierdista continental, que siempre tuvo en la isla una referencia, un anclaje para su relato, aunque las ciudades cubanas sean conglomerados de edificios derruídos, y sus pobres habitantes no conozcan otra cosa que la libreta de racionamiento. Nadie se muere de hambre en la isla, es cierto, pero tampoco nadie se harta de vida. También mientras Obama hablaba, las FARC, uno de los últimos grupos guerrilleros de inspiración castrista que continúan activos en el continente, anunciaban en La Habana un cese del fuego unilateral y por tiempo indefinido, al término de unas conversacionescon el gobierno colombiano de Juan Manuel Santos, mediadas por los cubanos seguramente como parte de los entendimientos en marcha. El régimen venezolano es otro que tambalea con el nuevo rumbo de las cosas; Venezuela asistía a Cuba con petróleo subsidiado, y Cuba le devolvía el favor con asesores militares e inteligencia. Pero Caracas ya no puede sostener a Cuba, factor determinante en la disposición cubana a un entendimiento con Washington, y Cuba, por ese mismo entendimiento, deberá retirar sus asesores. Venezuela queda ahora en manos de Nicolás Maduro y el pajarico que lo inspira, el régimen tiene los días contados. En el resto del continente, al izquierdismo le va a costar reponerse de esta franca claudicación del modelo cubano, aunque algunos, como la presidente argentina Cristina Fernández, insistan en describir como “mantener en alto los ideales” lo que fue un recurso simple y realista a la opción de tirar la toalla. En esto Cuba no fue original, todos los experimentos de ingeniería social, todos los socialismos de izquierda o de derecha empezaron con bellas palabras y nobles ideales, alcanzaron el poder en románticas batallas y heroicas gestas populares, siguieron con imprescindibles restricciones a las libertades y uno que otro pelotón de fusilamiento, se consolidaron con policías secretas y gulags, y terminaron sin poder dar de comer a sus sociedades, implosionando, y esperando el socorro de sus despreciados enemigos.

Hay algo muy inteligente en el proceso de entendimiento mediado por el papa Francisco, y acordado por Obama y Raúl Castro, y es su gradualismo. Un derrumbe descontrolado del régimen castrista habría significado indecibles sacrificios adicionales para el pueblo cubano, sin beneficio para nadie. También habría abierto las puertas a una invasión atropellada, y atropelladora, de los cubanos de Miami, con el riesgo cierto de una guerra civil. La flexibilización inicial de los movimientos de dineros y personas será como una transfusión de sangre para una economía y un sistema político a punto de sucumbir, y su progreso dependerá de la disposición del régimen a democratizarse. Los Castro no tienen otra salida, aparentemente lo han entendido, y la propia biología de los dos hermanos dictará el ritmo de las reformas para que éstas lleguen a fructificar antes de que su desaparición física abra eventualmente las puertas a nuevas ambiciones y luchas por el poder. Cincuenta años de soledad llegan a su fin. Por primera vez en mucho tiempo, los cubanos pueden mirar hacia el futuro no con la aprensión de imaginarse qué ocurrirá después de Fidel, sino con la relativa tranquilidad de un proceso ordenado. Los desafíos más grandes que tienen Raúl y Fidel por delante son, por un lado, encauzar las pretensiones políticas que seguramente existen en su propio entorno, y por el otro, y especialmente, administrar el regreso a la isla de los exiliados. Los cubanos de Miami serán necesariamente, deseablemente, los encargados de motorizar la reconstrucción de la isla, simplemente porque son los únicos con experiencia en una economía de mercado. Con el poder económico vendrán las demandas de poder político, y allí todos necesitarán de una extrema sabiduría para conciliar la cultura del exilio, liberal y competitiva, con la cultura de la isla, socialista y protegida. Ojalá la encuentren. Ojalá las mentes recalentadas de uno y otro lado no malogren esta oportunidad.

–Santiago González

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3 opiniones en “Cincuenta años de soledad”

  1. Son, también, cincuenta años de nuestras vidas que encuentran, por fin, una interpretación difícil de eludir.
    Pero usted sabe que son muchos los que se van a resistir a aceptar la evidencia de los hechos y la luz clara que arrojan sobre tanto de los sucedido en América Latina y en Argentina, simplemente por una cuestión de orgullo, de orgullo herido; aunque hayan fracasado – y hayan hecho fracasar – en toda la línea.
    Voy a tratar de difundir este artículo tanto como pueda, haciendo hincapié en la centralidad del siguiente concepto (que es, precisamente, el que muchos “esclarecidos vitalicios” van a rechazar):
    La torpeza simétrica, y mutuamente necesaria, de La Habana y Washington, o quizás su propósito último y secreto, convirtió lo que por evolución histórica debían ser décadas de democratización política y desarrollo económico, en una larga noche de crímenes, despotismo y corrupción que cubrió de tinieblas desde el río Grande hasta la Tierra del Fuego.

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