Banalización de baja estofa

Una cantidad de gente que se describe a sí misma como “intelectuales, escritores, artistas, universitarios y trabajadores de la cultura” y, como para que no queden dudas, insiste en que lo suyo es el “quehacer académico, artístico e intelectual” ha colocado en el sitio change.org una declaración en la que repudia recientes dichos del ministro de cultura porteño sobre el número de desaparecidos por obra del terrorismo de estado en la década de 1970, reclama que se lo eche del cargo, y acusa al nuevo gobierno argentino de falta de compromiso con las políticas de “memoria, verdad y justicia”, al tiempo que le reprocha haber resucitado la teoría llamada “de los dos demonios” y haberse reunido con familiares de las víctimas del terrorismo izquierdista en aquella misma década. La declaración, presentada en castellano, francés e inglés, ha recogido ya más de 7.000 firmas de apoyo.

Cuando la leí pensé en hacer un comentario político acerca de lo sostenido en ese texto, pero enseguida me di cuenta de que la cuestión que plantea excedía el terreno de lo político para adquirir una dimensión ética y moral: esa declaración miente en todo lo que dice, y quienes la suscriben, por la misma condición profesional que invocan, saben perfectamente que miente. Y sin embargo, la suscriben. Esa mendacidad consciente, entonces, no es un problema político, sino un problema moral.

El problema moral se agrava cuando uno relee la nota y advierte el plano de soberbia desde el que ha sido escrita, como si hubiese algo en la vida y obra de los firmantes que les permitiera erigirse en poseedores, custodios y defensores de una verdad absoluta y revelada, ya que no hay hechos ni datos empíricos que la sustenten, y operar consecuentemente como tribunal inapelable sobre las acciones de un gobierno y los dichos de sus funcionarios. Esa soberbia se vuelve todavía más inexplicable cuando uno repasa los nombres que están a la vista y se da cuenta (ay, con algunas escasas excepciones) que esa gente no ha hecho una muesca en la historia de la cultura, local ni internacional, que en ese terreno no pasan de ser una nota a pie de página, un paper más entre una marea de papers destinados a hacer avanzar sus carreras, que no la civilización universal. Directores de películas que nadie ve, autores de libros que nadie lee.

El tema del número de desaparecidos quedó definitivamente zanjado en los últimos años cuando personas directamente involucradas en los hechos de la década de 1970 reconocieron públicamente que no superaba las 10.000 personas, y que la cifra de 30.000 había sido fabricada por grupos de derechos humanos para conseguir respaldos internacionales. No se explica la manía de seguir sosteniéndola. El tema de la “teoría de los dos demonios” es una muletilla de la izquierda tendiente a frenar de entrada cualquier posibilidad de que se conozcan las dos caras de la violencia setentista, y el reproche sobre el reconocimiento oficial de las víctimas del terrorismo guerrillero corre en esa misma dirección.

Inevitablemente, se plantea por último la pregunta sobre por qué miles de personas, más o menos relacionadas con el ámbito académico o artístico, prestan su nombre para sostener una sarta de mentiras. La respuesta no sorprende: en los últimos años, esas mismas personas y otras parecidas respaldaron de la misma manera y por las mismas razones al gobierno más incapaz, corrupto y mentiroso de la historia argentina. Los intereses en juego son muchos: desde los subsidios otorgados por el anterior gobierno a víctimas reales o presuntas (que son las más) de la última dictadura militar, hasta la promoción de sus  propias carreras, académicas o artísticas, cuando el subsidio reemplaza al público ausente. El progresismo funciona como una cofradía, y poner la firma en una solicitada es una ratificación de pertenencia.

La declaración propuesta en change.org resulta así, además de una traición flagrante a cualquier compromiso con la memoria, la verdad, y la justicia, una banalización de la más baja estofa de la tragedia argentina en la década de 1970, que merece un tratamiento más alto. Para no repetir lo que otros dijeron mejor que yo, dejo al pie los enlaces hacia dos excelentes notas sobre el asunto aparecidas recientemente en la prensa de Buenos Aires.

–S.G.

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2 opiniones en “Banalización de baja estofa”

  1. Hace unos años se organizó un concurso para un Parque de la Memoria en terrenos adyacentes al ferrocarril, cercanos a Berazategui.
    Los concursantes debían esparcir de alguna manera 30.000 hitos plásticos (visibles y tangibles) para que los familiares y amigos de las víctimas pudiesen localizar el correspondiente a la víctima ausente y rendirle homenaje en un ambiente paisajístico, con recorridos y sitios de recogimiento.
    ¡Pero no había disponibles 30.000 víctimas comprobadas, sino unas 8.000! Y no es lo mismo, en términos de arquitectura paisajista y artes plásticas (o algo relacionado) realizar 8.000 o 30.000 hitos.
    Pero “tenían que ser 30.000”.
    Naturalmente, todo quedó en proyecto.
    A los seres humanos, no nos funcionan bien los instintos, como continúa ocurriendo con los animales más antiguos que nosotros; pero la cultura fabrica estereotipos que, en ocasiones, son tan rígidos, que desencadenan reacciones equivalentes a las instintivas.
    Lo de “30.000 desaparecidos” es, en grupos sectarios, uno de esos estereotipos. Claro, ninguno de ellos se enfrentó nunca el problema constructivo de realizar 30.000 hitos concretos a cielo abierto. ¡Ahí querría verlos! ¿Con 8.000 víctimas, no les alcanza?
    No, no les alcanza, cuanto más, mejor…
    Es una fantasía sectaria. Fantasías como esa, nos llevaron a que las Fuerzas Armadas cerraran el país en 1976, y lo usaran poco menos que como coto de caza y pillaje.

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