Saddam ante un futuro sombrío

Nota de archivoOriginalmente publicada en el desaparecido sitio en castellano de CNN.

ATLANTA (CNN) — Cualquiera sea el resultado de las gestiones diplomáticas que el secretario general de la ONU Kofi Annan fue autorizado a emprender en Bagdad, el futuro del hombre fuerte iraquí Saddam Hussein parece igualmente sombrío. Y esa perspectiva alienta en buena medida la dureza con la que los Estados Unidos y sus aliados han encarado la crisis.

Si Saddam cede a las exigencias que llevan el membrete del Consejo de Seguridad y franquea el acceso a los “predios presidenciales” para que sean inspeccionados en cualquier momento y lugar por un período indefinido, habrá sometido a su país a una humillación difícil de soportar para el arraigado nacionalismo árabe.

Y si no transige, el seguro y demoledor ataque militar que se prepara desde hace semanas causará renovada destrucción y muerte entre sus compatriotas, donde no pocos se preguntan desde hace tiempo sobre la capacidad de liderazgo de un hombre que hace dos décadas recibió un país floreciente y lo convirtió en una ruina.

Lo que para el resto de la comunidad internacional es en última instancia un problema de seguridad regional -que incluye desde las reservas petroleras hasta el estado de Israel-, para Saddam es una cuestión que tiene que ver antes que nada con su frente interno, donde sólo el estado de conflicto permanente le permite mantener a raya el disenso.

Puesto a elegir, este hombre que envió al sacrificio a decenas de miles de iraquíes en la guerra con Irán, que hizo otro tanto en la aventura kuwaití, y que sometió al país todo a la miseria de un bloqueo comercial inclemente, puede muy bien optar por soportar otro ataque. Para la mentalidad árabe es preferible antes el martirio que la humillación.

Pero si, como también parecen preferir los Estados Unidos y sus aliados, se produce un ataque, ¿qué ocurrirá después?

No hay suficiente información disponible sobre la política interna de Iraq, ni sobre el grado de respaldo que la figura de Saddam cuenta entre los militares por un lado y los dirigentes de su partido Baas, una variante nacionalista árabe del socialismo, por el otro, como para hacer conjeturas.

Desde su llegada al poder a fines de la década de 1970, este abogado de 60 años sobrevivió a por lo menos dos atentados, y se desembarazó de sus opositores -incluidos miembros de su familia- con cruentas purgas, cárcel y destierro. Si hay expresiones políticas moderadas en Iraq, no se las oye.

Los países occidentales, que nutrieron a Saddam en sus orígenes y le proporcionaron las mismas armas que hoy temen, esperaban seguramente que la derrota militar de 1991 y las duras sanciones impuestas desde entonces minaran el poder del presidente. Eso, evidentemente, no ha sucedido.

Derrotado militarmente o vencido en la mesa de negociaciones, Saddam podría ser pasto de una eventual oposición latente en las entrañas mismas de su gobierno. O podría, como ya ha hecho, trocar mediante la retórica el fracaso en éxito y la humillación en orgullo. En cuyo caso todo volvería a comenzar.

Y si los Estados Unidos y sus aliados son conscientes de ello, y recuerdan las críticas que mereció la operación Tormenta del Desierto por no haber removido a Saddam del poder, tal vez en esta oportunidad piensen llevar sus ataques al corazón mismo de los “palacios presidenciales”. Sólo que Iraq no es Panamá.

–Santiago González.

Califique este artículo

Calificaciones: 0; promedio: 0.

Sea el primero en hacerlo.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *