Un voto sí positivo

Desde la recuperación de la democracia, para usar una frase corriente no del todo acertada, todas las sucesiones presidenciales, incluidas las reelecciones, se definieron por el miedo y todos los cambios de signo político se resolvieron por un voto castigo. En casi cuatro décadas, el único voto positivo, la única apuesta esperanzada, la única decisión electoral con la mirada puesta en el futuro fue la que en 1983 llevó a la presidencia a Raúl Alfonsín. No por casualidad, Elisa Carrió suele describir el actual momento político como un nuevo 1983: es una invitación a dejar atrás los miedos y a convertir el voto en un primer paso hacia lo que está por venir.

En 1989 los argentinos llevaron a Carlos Menem a la presidencia como castigo al radicalismo y por miedo a las hiperinflaciones; en 1995, reeligieron a Menem por miedo a perder la convertibilidad; en 1999, castigaron al peronismo por la corrupción y la recesión, y votaron a la Alianza otra vez por miedo a perder la estabilidad monetaria; después del golpe de estado del 2001, castigaron a los radicales por su incompetencia, y votaron a Néstor Kirchner por miedo a Menem. Desde entonces, aunque las cosas han ido cada vez peor, siguieron votando a los kirchneristas por miedo a perder esos pesos de cotillón que el oficialismo reparte a manos llenas, sabiendo que no valen nada.

En el proceso electoral que se inicia el 9 de agosto con las elecciones primarias para culminar en diciembre con la asunción de un nuevo gobierno, el electorado tendrá la oportunidad de demostrar si sigue apegado a sus viejos reflejos, el miedo y el castigo, o está dispuesto a dar el salto hacia el futuro, a convertir ese domingo en el primer día del resto de nuestra historia como país, tal como imagina Carrió. El voto miedoso buscará asegurar la continuidad del oficialismo, el voto castigo buscará en la oposición a quien suponga, o las encuestas le induzcan a suponer, que será el mejor colocado para derrotar al oficialismo.

Afortunadamente para los ciudadanos, a una semana de las primarias nada es seguro, todo es incertidumbre. Esta es la peor noticia para el establishment que quiere cambiar para que nada cambie, es la peor noticia para los operadores y los jefes de campaña que creen que lo mejor para conseguir votos es no decir nada, es la peor noticia para los que pretenden sembrar el temor o para los que acicatean los rencores, pero es la mejor noticia para los electores. Esa desesperante incertidumbre es señal de que el miedo o el castigo ya no alcanzan para orientar el comportamiento electoral, y es lo que abre el espacio para el voto positivo.

En su columna del domingo previo a la primera escala electoral, Joaquín Morales Solá describió despectivamente como “indiferentes” a esa amplia franja ciudadana que se resiste al chantaje del miedo o del castigo, y aspira a volver a creer, a darle un sentido a su voto, a recuperar para sí la alegría de aquel 10 de diciembre de 1983, a ponerse nuevamente en marcha, confiada en sus fuerzas, apostando a que sus sacrificios no se irán otra vez por la alcantarilla.

Para que estas elecciones cruciales que empezaremos a recorrer en agosto tengan un resultado beneficioso para el país y saludable para nuestra democracia, el voto positivo, el voto a favor, necesariamente tiene que ser el primer paso. Cualquiera sea la ideología, la parcialidad política, o la personalidad con la que simpatice el votante, la oferta que se le plantea es amplia y, en términos generales, de aceptable calidad. Si especialmente en estas elecciones primarias cada uno vota por el candidato o la sigla partidaria que realmente prefiere, sin esos cálculos de “voto útil” o “voto táctico” que históricamente nos han dado desastrosos resultados, habremos dado grandes pasos hacia el saneamiento de nuestro sistema político.

En ese contexto, este sitio hace explícito su respaldo a la candidatura de Elisa Carrió dentro del espacio denominado Cambiemos. Aparte de su infatigable, y no exenta de coraje, lucha contra la corrupción, Carrió ha sido la gran armadora de una propuesta electoral orientada a restablecer las instituciones de la República, cuya degradación progresiva es la causa madre de casi todas nuestras desdichas. A lo largo de una década, Carrió ha creado una corriente política de alcance nacional, y ha presentado un plan de gobierno que mira al futuro, despegado de esas antinomias cargadas de prejuicios que nos han paralizado en el pasado. Sólo le falta ejercer un cargo ejecutivo para recibirse de estadista, la visión estratégica ya la tiene.

–Santiago González

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