Por Pat Buchanan *
Décadas atrás, un debate sobre qué clase de nación son los Estados Unidos agitó el movimiento conservador. Los neocons 1 argumentaban que los Estados Unidos eran una “nación ideológica”, un “sistema de creencias” basado en el principio de que “todos los hombres son creados iguales”. Expropiando el mandato bíblico “¡Id y enseñad a todas las naciones!”, divinizaron la democracia e hicieron de la conversión de la humanidad entera a la fe democrática su misión en esta tierra. Con su cruzada mundial por la democracia, George W. Bush compró todo ese paquete. Resultado: cenizas en la boca y una cadena de desastres en nuestra política exterior, empezando por Afganistán e Irak.
Detrás de la consigna de Trump “Primero los Estados Unidos” residía la convicción de que, terminada la Guerra Fría, y la URSS, la verdadera nación ideológica, resquebrajada en fragmentos étnicos, ya era hora de que los norteamericanos volvieran a casa.
Contra los neocons, los tradicionalistas argumentaban que, aun siendo los Estados Unidos singularmente grandes, la nación se mantenía unida por la fe, la cultura, el lenguaje, la historia, los héroes, las fiestas patrias, los usos, las maneras, las costumbres y las tradiciones.. Un rasgo distintivo de los norteamericanos, blancos y negros, era su orgullo de pertenecer a un pueblo que tanto había logrado. La observación atribuida a Alexis de Tocqueville –”Los Estados Unidos son grandes porque son buenos, y si los Estados Unidos dejan de ser buenos dejarán de ser grandes”– representaba una convicción compartida por casi todos.
Lo que hace que nuestro futuro se presente problemático es que lo que antes nos unía ahora nos divide. Aunque los presidentes Wilson y Truman declararan que somos una “nación cristiana”, el cristianismo ha sido expulsado de nuestra vida pública y pierde creyentes década tras década. El ateísmo y el agnosticismo se expanden rápidamente, especialmente entre los jóvenes.
La moral tradicional, arraigada en el cristianismo, es dejada de lado. La mitad de los matrimonios terminan en divorcio. Cuatro de cada 10 niños nacen fuera del matrimonio. El aborto irrestricto y el casamiento entre personas de igual sexo –otrora considerados indicios de decadencia y degradación– ahora son vistos como derechos humanos y como hitos del progreso social.
Decenas de millones de nosotros no hablan inglés. La mayoría de nuestra música, que solía ser clásica, popular, country and western y jazz, incluye ahora letras procaces que antes eran impublicables.
Allí donde solía haber tres cadenas nacionales de televisión tenemos ahora tres canales de cable con noticias las 24 horas y millares de sitios de Internet que alientan visiones contradictorias sobre moral, cultura, política y raza.
Veamos algunos acontecimientos que siguieron a Charlottesville.
“Asesino” pintaron en San Fernando sobre la estatua de fray Junípero Serra, el franciscano fundador de las misiones que se convirtieron en San Diego, San Francisco, San Juan de Capistrano y Santa Clara.
El monumento más antiguo en homenaje a Colón, emplazado en Baltimore, fue objeto de vandalismo. El senador Tim Kaine, de Virginia, pidió que se removiera del Capitolio la estatua de Robert E. Lee, y se la reemplazara por… Pocahontas. Según la leyenda, esta hija del cacique Powhatan salvó al capitán John Smith de ser decapitado abrazándose a su cuello. El cacique había sido una “persona políticamente expuesta” en relación con la desaparición de la “colonia perdida” de la isla Roanoke, entre cuyos desaparecidos se encontraba Virginia Dare, la primera bebé europea nacida en la América británica. ¿Por qué Kaine no pidió que fuera el propio John Smith, líder de la colonia Jamestown que rechazó los ataques indios, el honrado con una estatua?
En Nueva Orleans, escribieron con aerosol “Tírenla abajo” sobre una estatua de Juana de Arco que había sido donada por Francia en 1972. Además de ser una santa canonizada por la Iglesia Católica y una heroína legendaria de Francia, ¿qué hizo la doncella de Orleáns para merecer eso?
En conjunto, vemos que los descubridores, exploradores y misioneros de la América del norte son demonizados como racistas genocidas sin excepciones. Respecto de los Padres Fundadores, fueron esclavistas o bien aceptaron la esclavitud. Los constructores de nuestra nación colaboraron o condonaron la limpieza étnica de los americanos nativos. Casi hasta el presente, nuestra nación rindió homenaje a sus líderes segregacionistas.
Conclusión de la izquierda: los norteamericanos deberíamos sentirnos asqueados y avergonzados de la historia que nos hizo la nación más grande del mundo. Y deberíamos reconocer la culpa de nuestros antepasados derribando todos y cada uno de los monumentos y estatuas que los recuerdan.
Esta porción creciente de estadounidenses, llena de arrogante indignación, está decidida a empañar la memoria de quienes nos precedieron.
Para otra porción de los Estados Unidos, gran parte del celebrado “progreso” social y moral de las últimas décadas provoca una sensación de náusea que se traduce en el lamento: “Este no es el país en el que crecimos.” Hillary Clinton alguna vez describió a este segmento de norteamericanos como una “bolsa de deplorables fanáticos, racistas, sexistas, homofóbicos, islamofóbicos…”, en conjunto “irredimibles”.
Entonces, ¿qué es lo que nos une todavía? ¿Qué es lo que nos mantendrá unidos hacia el futuro? ¿Qué es lo que hace de nosotros una nación y un pueblo? ¿Qué podemos ofrecer a la humanidad, en momentos en que las naciones parecen apartarse de eso en lo que nos estamos convirtiendo y están dispuestas en cambio a edificar su futuro sobre la base del nacionalismo étnico y el integrismo confesional?
Si la democracia avanzada ha producido la desintegración de una nación, tal como vemos a nuestro alrededor, ¿cuál es la razón para defenderla?
Cuando ya recorrimos una sexta parte del siglo XXI, ¿qué razones hay para creer que este será el segundo siglo estadounidense?
* Ex asesor de los presidentes Richard Nixon, Gerald Ford y Ronald Reagan, aspirante a la presidencia de los Estados Unidos en 1992 y 1996.
© Patrick J. Buchanan.
Versión castellana © Gaucho Malo.
- Conservadores procedentes de las filas del Partido Demócrata, el sionismo y la izquierda antistalinista. Tuvieron gran influencia en la política exterior de George W. Bush. [N. del T.] [↩]