Por Pat Buchanan *
Con sus discursos del viernes desde el Monte Rushmore y el sábado 4 de julio desde los jardines de la Casa Blanca, Donald Trump redefinió la carrera presidencial. Aprovechó un tema capaz de sacudir el tablero, y los aullidos lastimeros de la prensa atestiguan la potencia de su mensaje.
Parado bajo las gigantescas imágenes talladas de los presidentes Washington, Jefferson, Lincoln y Theodore Roosevelt, Trump declaró: “Turbas enardecidas se proponen abatir las estatuas de nuestros fundadores, vandalizar nuestros monumentos más sagrados, y desatar una oleada de delitos violentos en nuestras ciudades.” Esas turbas están integradas por marxistas, delincuentes y anarquistas. Su causa es la revolución cultural. “No quieren mejorar los Estados Unidos. Quieren liquidar los Estados Unidos.”
Después de enumerar los logros de sus cuatro predecesores, Trump advirtió: “Ningún movimiento que se proponga desmantelar esta preciada herencia puede albergar en su corazón amor por los Estados Unidos.” Y apuntando directamente hacia el sótano donde se esconde Joe Biden, agregó: “Ninguna persona que guarde silencio ante la destrucción de este espléndido legado puede guiarnos hacia un futuro mejor.”
Trump puso de relieve el silencio de Biden ante la ofensiva contra nuestra historia y nuestros héroes como un flagrante caso de cobardía política que convierte al candidato en cómplice moral de las turbas. Algún día el muchacho del sótano va a tener que decir algo.
¿Dónde estaba Biden mientras Trump se plantaba a favor de los Estados Unidos el Día de la Independencia? Mientras su partido tuiteaba que el viaje de Trump al Monte Rushmore perseguía “glorificar la supremacía blanca”, Biden lloriqueaba sobre la necesidad de “arrancar de raíz el racismo sistémico” de los Estados Unidos. ¿Harry Truman o JFK habrían dicho algo así?
Lo cierto es que ya quedaron tendidas las líneas para este 2020. De un lado están los que creen que los Estados Unidos de América son un buen país, el más grande que el mundo haya conocido, y que los hombres que crearon este milagro merecen ser respetados, venerados y recordados.
No es ésa la visión del ala izquierda del Partido Demócrata. Porque, mientras los fuegos artificiales iluminaban el cielo de Washington, en Baltimore una turba derribaba una estatua característica de Cristobal Colón, la hacía pedazos y la arrojaba a las aguas del puerto. Esa estatua se erigía en las proximidades del barrio italiano y la había inaugurado en 1984 el presidente Ronald Reagan.
¿Acaso piensan los que odian a Colón que la destrucción de sus estatuas a lo ancho de los Estados Unidos no va a irritar y alienar a los norteamericanos de ascendencia italiana que veneran al explorador? ¿Acaso cree Biden que los ítalo-norteamericanos van a premiar a un candidato y un partido incapaces de repudiar a la chusma que hizo esas cosas?
Con su ala izquierda ligada al movimiento que aboga por “desfinanciar la policía”, ¿hasta cuándo el Partido Demócrata va a conservar los votantes que hoy ven las tasas de criminalidad alcanzar niveles desconocidos? Durante el fin de semana del Día de la Independencia, 80 personas fueron baleadas en Chicago, y 17 murieron. En Nueva York, el número de víctimas de tiroteos aumentó este año un 50%. En junio hubo 250 enfrentamientos a balazos, 150 más que en el mismo mes de 2019. La respuesta del alcalde Bill de Blasio: reducir el presupuesto de la policía neoyorquina en 1.000 millones de dólares. El mismo 4 de julio, una milicia negra armada se hizo presente en la reapertura del monumento de Stone Mountain, en Georgia, donde hay grandes imágenes talladas de Robert E. Lee y Stonewall Jackson. Demandan su destrucción.
Acusan a Trump de “dividir la nación”. Pero no es Trump el que basurea a la policía y brinda cobertura a unas “protestas” caracterizadas por los saqueos y los incendios. Ni es Trump el que derriba las estatuas y monumentos que recuerdan a los grandes norteamericanos del pasado. Allí donde el Partido Demócrata se ha mostrado como emblema de indefinición, Trump ha exhibido posiciones claras. Está con los policías que vivieron seis semanas infernales. Está contra la profanación de estatuas y la destrucción de monumentos. Ha denunciado los motines, los saqueos y los incendios asociados a protestas que la prensa no deja de describir como “pacíficas”. No es Trump el que divide a los Estados Unidos. Trump se ha comprometido a rechazar los desmanes con todas las armas de su arsenal presidencial.
Faltan cuatro meses para las elecciones de noviembre, 18 semanas hasta que los Estados Unidos decidan: ¿Queremos seguir adelante con una era de protestas que derivan en revueltas, saqueos e incendios? ¿Queremos ver a las fuerzas policiales con mayores restricciones y vapuleadas como neofascistas? ¿Queremos ver las estatuas de presidentes como Washington, Jefferson, Jackson, Lincoln, Grant o Teddy Roosevelt vandalizadas por raleas que odian a los Estados Unidos, odian a sus héroes y odian su historia?
La posición de Trump a favor de la tradición y en contra del gobierno de las turbas es la única posición que un presidente puede adoptar. Y es una posición necesaria. Porque esta guerra cultural se va a extender más allá de su presidencia. Y va a determinar en qué clase de país nos vamos a convertir. ¿Será la grande y gloriosa república del pasado, o el antro social y cultural marxista que prometen las turbas?
Trump acaba de jugar la carta del patriotismo, la carta correcta, la carta capaz de asegurarle la reelección.
* Ex asesor de los presidentes Richard Nixon, Gerald Ford y Ronald Reagan, aspirante a la presidencia de los Estados Unidos en 1992 y 1996. Su último libro es Nixon’s White House wars: The battles that made and broke a president and divided America forever.
© Patrick J. Buchanan.
Versión castellana y notas © Gaucho Malo.