Cuando lo acusaron en 2019 de ser un acosador serial, Joe Biden hizo lo obvio: se disculpó por lo que consideraban su mal comportamiento pasado y, para apaciguar a sus acusadores, prometió elegir una mujer como compañera de fórmula. Cuando estallaron los motines raciales tras la muerte de George Floyd bajo la rodilla de un policía blanco de Minneapolis, Biden volvió a hacer lo obvio: dejó entrever que estaba buscando una negra como compañera de fórmula.
Y se acorraló solo.
Porque no había ninguna gobernadora negra en los estados de la Unión, y sólo había una negra en el Senado estadounidense: Kamala Harris. Cosa que le planteaba un problema. Porque en el primer debate, Harris lo había acusado de aliarse con los senadores segregacionistas de los 70 para bloquear la paridad racial en los transportes de escolares. Harris introdujo su andanada tóxica contra Biden con esta edulcorada concesión: “No creo que usted sea racista”.
Esta semana, Biden hizo de la necesidad virtud. Eligió a Harris para que lo acompañara en la boleta.
Lo hizo al día siguiente de recibir una carta de cien negros prominentes, encabezados por el rapero Sean “Diddy” Combs y el animador radial Charlamagne tha God, que más parecía un ultimatum.
“Durante mucho tiempo a las negras les han pedido hacer de todo, desde alentar a las tropas hasta arriesgar la vida por el Partido Demócrata sin reconocimiento, sin respeto, sin visibilidad y, por cierto, sin suficiente respaldo. Si usted no elige a una negra para 2020 va a perder la elección… No queremos elegir el menor de dos males, ni votar al demonio conocido antes que al demonio por conocer, pura y simplemente porque estamos cansados de votar demonios.”
Asombroso. Henos aquí ante unos destacados demócratas negros que describen a los candidatos a los que dieron su apoyo en los últimos años -Bill y Hillary Clinton, Al Gore, John Kerry, Joe Biden- como “demonios” y como “el menor de dos males”.
La semana pasada, 700 “Dirigentes Negras Preocupadas” hicieron llegar a Biden una carta parecida para pedirle que pusiera a una negra en la boleta.
El miércoles, Biden cumplió. Pero cuando la aclamación de los medios por la elección de Harris se acalle, una realidad distinta va a comenzar a salir a la luz.
Antes de conseguir su banca en el Senado en 2016, Harris se desempeñó como fiscal y, durante dos períodos, como procuradora general de California, cargos en los que se hizo fama de dura con los delincuentes de poca monta. Biden, como presidente de la comisión de justicia del Senado, también se jactaba de haber ayudado a redactar la ley de control del delito violento y aplicación de las normas, de 1994, que aumentó de manera impresionante el número de encarcelados y afectó en forma desproporcionada a los negros.
Sin embargo, Black Lives Matter inclinó al Partido Demócrata bruscamente hacia la izquierda en la cuestión del delito y la seguridad con su grito de batalla: “¡Menos fondos para la policía!” Y pese a todo, dos meses después de la muerte de Floyd, alcaldes y policías de las ciudades gobernadas por demócratas padecen todavía el asalto de amotinados, saqueadores, incendiarios, anarquistas y una clase delictiva que resuelve sus querellas en matanzas nocturnas y tiroteos finisemanales.
La gente ya está harta. El público reclama que vuelvan sus policías, y los políticos izquierdistas se traban en conflictos crecientes con los agentes. La jefa de policía negra de Seattle, Carmen Best, prefirió pedir el retiro antes que aceptar la decisión de la ciudad de recortarle el presupuesto en un 50%. Las autoridades electas de Nueva York, Los Ángeles y Minneapolis aprobaron planes para reducir los presupuestos policiales. Mientras tanto, los tiroteos y los asesinatos van en aumento en casi todas las ciudades, incluidas Washington y Nueva York, donde ya han muerto más personas a balazos que en todo el año pasado.
El presidente ha dejado sentada su posición, y lo ha hecho con toda claridad. Donald Trump hace suya la frase “ley y orden”, denuncia al movimiento pro reducción de los fondos policiales como un promotor de la anarquía, y ofrece ayuda y agentes federales a las ciudades que lo solicitan. Exhorta a alcaldes y gobernadores a requerir la asistencia de la Guardia Nacional para hacer frente a la crisis y los condena por su incapacidad crónica para dar seguridad a las ciudades que gobiernan desde hace décadas.
A Trump lo acusan de llevarnos a la era de Nixon. Pero 1968 fue la culminación de una década de delito creciente como la nación nunca había conocido. La convención del Partido Demócrata en Chicago se vio fracturada por la violencia anárquica y la respuesta policial. A fines de septiembre, hasta Hubert Humphrey denunciaba a los “fascistas” que lo abucheaban en cada presentación.
Por supuesto que Trump tiene sus problemas. Pero nada dice que el repliegue de Biden en su sótano y sus respuestas chirles a lo ocurrido en Portland y en Seattle, y a los saqueos, tiroteos y asesinatos en Chicago, van a prevalecer el 3 de noviembre sobre la enérgica demanda de Trump de aplastar a los delincuentes, retomar las clases, volver al trabajo y “poner la pelota en movimiento”.
La fórmula Biden-Harris parece destinada a conservar la delantera y avanzar hacia la victoria en noviembre, tal como lo hizo el gobernador Dewey en 1948.1
* Ex asesor de los presidentes Richard Nixon, Gerald Ford y Ronald Reagan, aspirante a la presidencia de los Estados Unidos en 1992 y 1996. Su último libro es Nixon’s White House wars: The battles that made and broke a president and divided America forever.
© Patrick J. Buchanan.
Versión castellana y notas © Gaucho Malo.
- Thomas Dewey, gobernador republicano de Nueva York, favorito durante toda la campaña frente a su rival Harry Truman, quien le arrebató la presidencia a último momento. [↩]