- gaucho malo - https://gauchomalo.com.ar -

¿Traidor o traicionado?

  1. Un soplo de realidad
  2. La guerra de Ígor
  3. El globalismo ya ganó
  4. La OTAN y el este europeo
  5. Putin y su proyecto eurasiático
  6. El nuevo muro
  7. ¿Traidor o traicionado?

El presidente Volodímir Zelensky permitió con sus decisiones que Ucrania fuera arrastrada a la guerra, la devastación y la desintegración territorial. ¿Por qué lo hizo? Por negarse a aceptar la demanda rusa de que renunciara explícitamente a su adhesión a la OTAN. ¿Y por qué quiere Zelensky que Ucrania pertenezca a la OTAN? Para conseguir la protección de la alianza atlántica contra un eventual ataque ruso como el que ya sufrió y probablemente nunca más va a sufrir en el futuro. Como esto carece de toda lógica, sólo caben dos conclusiones: o Zelensky y la clase dirigente que lo acompaña tienen nublado el juicio, o están sacrificando conscientemente al pueblo y la nación ucrania en un altar ajeno a su interés nacional.

Se puede entender que Rusia, preocupada por su defensa y también por su prestigio como potencia, busque asegurarse la neutralidad de Ucrania y su papel como “estado tapón” frente a un Occidente hostil; se puede entender también que los Estados Unidos quieran arrastrar a Rusia a conflictos desgastantes para su economía, su capacidad militar y su imagen en el mundo. Lo que no se puede entender es que las autoridades políticas de Ucrania sometan a su país a un conflicto sangriento y devastador para su economía y su infraestructura sólo para satisfacer la pretensión de una cobertura defensiva que perdió sentido desde el momento mismo en que su territorio fue invadido.

* * *

Las relaciones entre Ucrania y Rusia se confunden en un origen nacional común en el siglo IX antes de que las invasiones mongoles del siglo XIII separaran sus caminos. Rusia encontró en Moscú su nueva capital, mientras que los eslavos del oeste siguieron organizando su vida y su cultura en torno de Kiev. Dominada primero por los polacos y luego por el imperio ruso, tras la revolución comunista Ucrania se convirtió en miembro fundador de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y mantuvo ese carácter hasta que prestó su acuerdo para declararla disuelta en 1991.

En ese año se estrenó como nación independiente por primera vez en la historia, y no aceptó integrar una mancomunidad de ex naciones soviéticas organizada por Moscú. A Rusia no pareció preocuparle que Sebastopol, su gran base naval en la península de Crimea, quedara incluida en el territorio de una Ucrania independiente, y resolvió la cuestión pagando un arrendamiento a Kiev. “Dados los lazos históricos y culturales entre las dos naciones, Rusia y Ucrania siempre dieron su vínculo por sentado, en buena medida como los Estados Unidos y Canadá,” dice Lincoln A. Mitchell en su libro The color revolutions.

Pero había otros ingredientes en la olla. Largos años de sojuzgamiento a manos de otras naciones habían intensificado los sentimientos de identidad nacional de los ucranios, aún cuando el oeste del país, más industrializado y moderno, se sintiera más cerca de Europa y que el este, más rural y tradicionalista, se inclinara más hacia Rusia, su cultura y su lengua. El nacionalismo étnico que recorrió Europa y Occidente en las primeras décadas del siglo pasado encontró terreno fértil en Ucrania, primero alentado y después reprimido por los soviéticos. Ucrania atribuye a Stalin los estragos causados por el holomodor en la década de 1930, una hambruna masiva, deliberada y punitiva que causó la muerte de no menos de 2,5 millones de personas.

Cuando Ucrania fue invadida por los alemanes, muchos los recibieron como salvadores y desde entonces persiste en el país una sostenida corriente pronazi cuya figuras prominentes, Stepan Bandera en primer lugar, son regularmente homenajeadas por las autoridades nacionales. Desde la década de 1950 existe en Ucrania por lo menos una decena de organizaciones políticas, como Svoboda, que se referencian en la figura de Bandera; junto a ellas, a menudo asociados con ellas, operan grupos paramilitares como RightSektor y el ahora famoso Batallón Azov. Los grupos políticos nunca obtuvieron más del 5% de los votos, excepto en circunstancias puntuales, pero los paramilitares han mostrado una actividad creciente, especialmente desde la intromisión estadounidense en la llamada Revolución Naranja de 2004.

Como cuenta Julia Gerlach en Color revolutions in Eurasia “antes de los acontecimientos de 2004/2005, el país no había sufrido conflictos violentos ni secesiones, a pesar de estar profundamente dividido en términos culturales.” La flamante democracia ucrania distaba de ser un modelo, y el aparato del estado se encontraba en buena medida en manos de los “magnates”, la misma clase de aventureros inescrupulosos que en toda la ex URSS, incluida Rusia, se apoderaron de las industrias estatales de la era soviética, y las condujeron en su beneficio como si fueran típicos empresarios occidentales. El presidente Leonid Kuchma, como Vladimir Putin en Rusia, se las había arreglado para mantenerlos a raya, el país progresaba razonablemente, el nivel de vida de los ucranios mejoraba y, especialmente en el oeste, se occidentalizaba. Las relaciones con Rusia eran normales, pacíficas y provechosas para ambos.

Pero para los globalistas que de la mano de Bill Clinton habían tomado en Washington el control de la política exterior el bienestar de los ucranios era la menor de sus preocupaciones.

* * *

Hacia fines de 2004 Ucrania se preparaba para celebrar elecciones presidenciales, Kuchma patrocinaba la candidatura de Viktor Yanukovich, tan prorruso como él y como podría serlo cualquier dirigente responsable de conducir las relaciones con el principal socio comercial de Ucrania. Pero los globalistas del Departamento de Estado creyeron llegada la oportunidad de repetir lo hecho en Yugoslavia cuatro años antes, cuando lograron bloquear la reelección de Slobodan Milošević. Despacharon a sus agentes encubiertos y pusieron en marcha la misma estrategia: un intenso adoctrinamiento a cargo de un puñado de conocidas ONGs dedicadas a la promoción de la democracia y la libertad para atraer a los jóvenes estudiantes de las grandes ciudades hacia las bondades de la socialdemocracia occidental, empleando incluso como entrenadores a jóvenes serbios que habían participado de la campaña contra Milošević.

La función principal de esos jóvenes iba a ser el activismo y la movilización, prácticamente desconocidos en un país sin mayor experiencia democrática, y tradicionalmente pacífico y tranquilo, a cuyos ciudadanos ni siquiera la disolución de la URSS y la declaración de la independencia ucrania había sacado masivamente a las calles. Los globalistas contrataron los servicios de “observadores electorales internacionales”, de empresas encuestadoras duchas en “bocas de urna” y de conglomerados de prensa como CNN, con experiencia en acomodarse a sus arreglos. Cuando Yanukovich, claramente apoyado por Rusia, ganó la elección, las encuestadoras se apresuraron a proclamar fraude, los “observadores” certificaron las denuncias, la CNN puso todo en pantalla, y los estudiantes organizaron una masiva protesta popular que atrajo hasta un millón y medio de personas a las calles de Kiev.

George Soros se jactó de haber aportado a la logística de esa hazaña movilizadora, que incluyó la erección de un masivo campamento en las avenidas y parques de la capital, donde manifestantes procedentes de toda Ucrania se alojaron y alimentaron durante casi seis semanas, hasta que la Corte Suprema llamó a nuevas elecciones. Finalmente, el voto favoreció a Viktor Yushchenko, el candidato favorito de los globalistas, casado con una ex funcionaria del Departamento de Estado, antirruso e inclinado a incorporar a Ucrania a la Unión Europea. Ese episodio extraño en la vida política ucrania pasó a la historia como la Revolución Naranja, por el color que identificaba a los manifestantes descontentos. Y encendió las alarmas en la región de la Donbas, poblada por rusos o rusoparlantes, con fuertes vínculos con Rusia, que empezaron a temer sobre su futuro.

Es probable que allí comenzaran a anudarse los vínculos entre los agentes encubiertos estadounidenses y los grupos extremistas antirrusos que se consideran herederos de Bandera.

* * *

En las elecciones presidenciales de 2010, Yanukovich, el candidato desplazado por la Revolución Naranja, volvió cómodamente al poder y esta vez no hubo objeciones. El gobierno de Yushchenko, paralizado por reyertas internas, había sido un modelo de inoperancia, aunque no tanta como para impedirle cumplir con la misión que se le había encargado: poner en marcha los procedimientos necesarios para incorporar Ucrania a la Unión Europea, coquetear con la idea de adherir a la OTAN, y reponer en la consideración nacional con honores públicos a figuras del extremismo antirruso como el citado Bandera. Cuando Yanukovich, claramente inclinado a mantener las buenas relaciones con Rusia, comenzó a desmantelar todo eso, los globalistas estadounidenses y sus aliados locales volvieron al ataque con el arsenal conocido.

En 2014, los estudiantes salieron nuevamente a las calles, las ONGs occidentales llegaron con su asesoramiento, la capital volvió a ser azotada por manifestaciones y disturbios masivos, y los conglomerados de prensa pusieron en pantalla la imagen de un pueblo deseoso de romper sus vínculos con Rusia y abrazar la cultura y los valores occidentales. Aparte de los agitadores, medio país prefería mantener los vínculos con Rusia, y el otro medio miraba lo que ocurría con sentimientos encontrados. Los senadores estadounidenses John McCain (republicano) y Chris Murphy (demócrata) viajaron a Kiev a apoyar a los revoltosos, y McCain les dijo: “Lo que estamos tratando de hacer aquí es producir una transición pacífica, que detenga la violencia y proporcione al pueblo ucranio lo que lamentablemente no ha tenido: una verdadera sociedad”.

Lo que estaban haciendo en realidad era provocar un golpe de estado. Mientras McCain hablaba, la secretaria de estado adjunta Victoria Nuland, que casualmente pasaba por Kiev, discutía con el embajador Geoffrey Pyatt qué figura de la oposición ucrania podía funcionar como reemplazante interino de Yanukovich, al que ya daban por defenestrado. Tenían buena información, porque Yanukovich no pudo sobrevivir a un ataque de francotiradores contra los manifestantes que causó decenas de muertes, y fue destituido con el argumento de que las fuerzas de seguridad estatales habían sido las responsables. Ivan Katchanovsky, investigador de la Universidad de Ottawa, pudo determinar tras más de un año de pesquisas, entrevistas y examen de pruebas que las balas habían sido disparadas por paramilitares antirrusos, desde tres lugares precisos en torno de la plaza central de Kiev, en una operación de bandera falsa.

El golpe de estado promovido por los Estados Unidos en Ucrania, que pasó a la historia con el bonito nombre de Revolución de la Dignidad, no fue la “transición pacífica” prometida por McCain, sino todo lo contrario. Rusia entendió que el arrendamiento ya no era un arreglo prudente para su base naval de Sebastopol, por lo que invadió la península de Crimea y la anexó a su territorio con base y todo. Las poblaciones rusas, ruso parlantes o simpatizantes de Rusia del este de Ucrania temieron justificadamente por su seguridad, y procuraron tomar distancia del resto del país, especialmente en las regiones de Lugansk y Donetsk, que proclamaron su independencia como repúblicas populares, sólo para ser acosadas desde entonces por los grupos paramilitares antirrusos, envalentonados desde que su participación en el derrocamiento de Yanukovich recibiera la bendición norteamericana.

En 2014 y 2015, todos los actores involucrados, incluidas las repúblicas populares, Rusia, Ucrania y países europeos que se ofrecieron como mediadores, suscribieron dos versiones sucesivas de los llamados acuerdos de Minsk, dirigidos a pacificar la región y alcanzar una solución política. Ninguna de las dos funcionó, los ataques de los paramilitares contra la población local nunca cesaron, y al cabo de ocho años habían arrojado un saldo de más de 14.000 civiles muertos. El presidente Zelensky se negó a tratar directamente con las autoridades de Lugansk y Donetsk, Rusia reconoció entonces la independencia de ambos estados, e inició la invasión de Ucrania, justificándola en parte en la necesidad de defenderlos contra la hostilidad de los paramilitares.

* * *

Mientras los globalistas ensayaban sus juegos de guerra y llevaban a la práctica sus simulaciones informáticas en Ucrania, personas con mayor solvencia en cuestiones diplomáticas lanzaban advertencias en contrario: “A menudo se plantea la cuestión de Ucrania como un enfrentamiento: o Ucrania se une al Este o a Occidente. Pero si Ucrania quiere sobrevivir y prosperar, no debe ser la avanzadilla de un bando contra el otro, sino servir de puente entre ambos”, escribió Henry Kissinger en 2014. “Cualquier intento por parte de un facción ucrania de imponerse a la otra conducirá a la guerra civil o a la partición del país. Tratar a Ucrania como parte de un enfrentamiento entre el Este y el Oeste va a alejar durante décadas cualquier intento de acercar a Rusia y Occidente -especialmente a Rusia y Europa- a un sistema de cooperación internacional”.

En el mismo sentido se pronunció en 2015 el experto de la Universidad de Chicago John Mearsheimer: “Creo que la política de neutralizar a Ucrania, apuntalar su economía y sacarla de la competencia entre Rusia por un lado y la OTAN por el otro es lo mejor que podría ocurrirle a los ucranios. En cambio, los alentamos a jugar duro con los rusos. Alentamos a los ucranios a creer que en algún momento van a ser parte de Occidente porque a la larga vamos a derrotar a Putin. Y por supuesto, los ucranios nos siguen el juego, y no tienen la menor intención de llegar a un acuerdo con los rusos, y prefieren en cambio una política de línea dura. Por este camino, van a destrozar su país. Y nosotros alentamos ese desenlace.”

El desenlace está ahora a la vista. Moscú espera pacientemente, sin causar mayor daño pero sin aflojar la presión, que Zelensky, una vez apretados en vano todos los timbres, caiga finalmente en la cuenta de su situación, y se rinda. Los vaticinios más solventes auguran una partición del país entre un oeste neutral y un este bajo control directo o indirecto de Rusia. Dada su posición estratégica entre Rusia y la Europa del este, Ucrania tenía todo para ganar y nada para perder de una posición neutral. Por otra parte, y dejando de lado el conflicto en la Donbas, eso era todo lo que Moscú pedía de Kiev. Y lo que la camarilla gobernante, instalada en el poder sólo tras una reiterada injerencia de los Estados Unidos en 2004 y 2014, se negó a conceder.

Dado el diferente peso específico de los Estados Unidos y de Ucrania, se tiende a cargar la responsabilidad del conflicto en Washington, en sus belicistas y en sus globalistas. Pero es lícito preguntarse hasta dónde han influido las relaciones entre la clase dirigente surgida en Ucrania luego del colapso del comunismo y la casta política estadounidense, especialmente pero no únicamente la que tiene su campamento en el Partido Demócrata. ¿Qué significa el hecho de que magnates ucranios cercanos a Zelensky sean los principales donantes de la Fundación Bill Clinton? ¿En cuánto influyen los negocios de la familia Biden en Ucrania, especialmente los del hijo del presidente, Hunter Biden, miembro del directorio de varios conglomerados ucranios, entre los que hay medios de comunicación, centros comerciales y empresas vinculadas con la energía?

Los ucranios reaccionaron como pueblo con conciencia nacional, se abroquelaron junto a sus líderes y se dispusieron a rechazar al invasor con cualquier medio a su alcance. Al menos eso es lo que vimos por televisión, porque hay periodistas en el terreno que cuentan otra cosa. En las semanas previas al ingreso de las columnas rusas, Zelensky no hizo más que acumular las provocaciones: insistió con el ingreso de Ucrania a la OTAN, habló de un rearme nuclear (Ucrania destruyó voluntariamente sus arsenales atómicos al separarse de la URSS), y concentró tropas sobre los límites de la Donbas. La incomprensible catástrofe que atrajo sobre un país en muchos aspectos avanzado, próspero, rico en praderas y recursos naturales lleva a preguntarse si en Zelensky hay un traidor o un traicionado. Pero eso es algo que deberá decidir el pueblo ucranio.

–Santiago González