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Solita y Scioli

Sobre este punto no hay opiniones discordantes: la encuesta de agosto despertó al kirchnerismo del ensueño de una Cristina eterna. Esto lo han visto con claridad los opositores, lo han visto los peronistas que mantenían una cautelosa fidelidad, incluso lo han visto los propios kirchneristas. Que también han visto que cualquier idea de continuidad en el tiempo para lo que ellos –y solamente ellos– reconocen como su proyecto se llama Daniel Scioli. Se necesitó el sopapo de las primarias para que el kirchnerismo comenzara a entrever la realidad. Diana Conti, la sacerdotisa de la Cristina eterna, reconoció por fin que la Constitución ponía límites a semejante embeleco, y sacó a relucir el retrato de Scioli: “Me gusta su manera de defender los trapos”, dijo con lenguaje barrabrava.

Que Conti haya dicho estas cosas es para algunos indicio de que la presidente ha visto la luz con la misma claridad que el resto. Cristina se encuentra en este momento más sola que nunca: pesa sobre sus hombros no sólo el revés electoral reciente, sino la incapacidad escandalosa de sus colaboradores. El país no tiene políticas de ninguna especie para los problemas que se le vienen encima en avalancha, y la presidente necesita recuperar la iniciativa, mostrarse al mando con algún gesto impactante. En este sentido, mucho se ha especulado sobre la posibilidad de que anuncie en estos días la unción de Scioli como heredero del proyecto. Para algunos el gesto es a esta altura irrelevante porque ese escenario es inevitable: el oficialismo no ha sabido ni querido generar liderazgos alternativos, y el gobernador bonaerense, que nunca quebró lanzas con los ocupantes de la Rosada, es el único en condiciones de salir a dar batalla en su nombre sin causar espanto.

Para el país, sin embargo, un gesto semejante de Cristina no es irrelevante: descomprimiría instantáneamente las tensiones que agitan a un oficialismo acorralado cuya propia naturaleza lo impulsa a salir golpeando a lo loco, a redoblar la apuesta, a ir por todo. Le propondría en cambio un norte racional, ordenado; una nueva epopeya, pero encuadrada dentro de las reglas de la democracia. Un gesto semejante tranquilizaría a una sociedad inquieta y expectante, y le permitiría afrontar los próximos dos años con una relativa serenidad. Un gesto semejante desalentaría a los apuraditos que imaginan un nuevo 2001, con saqueos, helicóptero y devaluaciones incluídos, para arrebatar como entonces los despojos. Un gesto semejante descolocaría (momentáneamente) al establishment y permitiría saber si Sergio Massa es apenas una instalación mediática o una personalidad con proyección política. Un gesto semejante de Cristina, especialmente, ahorraría al país el costo históricamente elevado de soportar una interna justicialista desordenada. El gobernador bonaerense ya anticipó su decisión de tomar la idea lanzada por el senador puntano Adolfo Rodríguez Saa y dirimir las candidaturas presidenciales justicialistas para el 2015, incluida la suya propia, en una interna celebrada como Dios y la ley mandan.

“Este gobierno tiene que terminar lo mejor posible para que la dinámica de la democracia pueda proyectar a la Argentina hacia un mejor futuro”, afirmó Scioli la semana pasada, en una frase que le indicó el camino a la inquilina de Balcarce 50. Si Cristina Kirchner tiene la lucidez suficiente como para leerla correctamente puede ahorrarle al país, en sus dos últimos años de mandato, sufrimientos adicionales a los que ya ella y su marido le causaron. Tendrá que resignar la omnipotencia, tendrá que aceptar que sus decisiones deberán tomar en cuenta no sólo las opiniones de su comensal de Olivos sino, muy especialmente, la de su vecino de La Plata. Tendrá que aprender una nueva humildad; demostrar que, como dijo al ser reelecta, no se la cree. La alternativa es el incendio, la tentación de escribir la última página del relato inmolándose como Juana de Arco.

–Santiago González