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¿Puede un Papa cambiar la verdad moral?

Por Pat Buchanan *

“¿El Papa es católico?” Lo que de niños escuchábamos como broma se está convirtiendo en una pregunta seria.

Cuando hace cinco años lo consultaron acerca de un “lobby homosexual” en el Vaticano, el papa Francisco repuso: “Si una persona es homosexual y busca a Dios y lo hace con buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarlo?”. Como se creía que la formulación de esta clase de juicios formaba parte de la descripción de tareas de un papa, los católicos tradicionales se sintieron sorprendidos por las palabras del nuevo pontífice.

Ahora, el Santo Padre aparentemente ha puesto en claro lo que quiso decir en aquella ocasión. Según Juan Carlos Cruz, un homosexual que en su niñez fue víctima de un sacerdote pedófilo en Chile y a quien el Papa pidió disculpas, Francisco le dijo: “Dios te hizo así y te quiere así y a mí no me importa. El Papa te quiere como eres. Tienes que estar contento de ser quien eres.”

El Vaticano no ha desmentido el relato de Cruz.

Lo que llama la atención en esto es que el catecismo de la Iglesia Católica, basado en el Antiguo y el Nuevo Testamento y en la tradición, ha enseñado siempre que la homosexualidad es un desorden moral, una proclividad a relaciones sexuales que no son naturales ni morales. La idea de que Dios es responsable de las orientaciones homosexuales, de que al Papa y la Iglesia Católica no les importa de que haya hombres que sientan atracción por otros hombres, y que quienes comparten esta orientación deberían estar contentos con ella parece, a primera vista, una herejía.

Implica que lo que los católicos consideraron durante siglos como una verdad moral era un error, o que la verdad moral ha evolucionado y debe acomodarse a la modernidad. Esto es relativismo moral: la verdad cambia con el tiempo.

Y si lo que Cruz cuenta es tal como lo cuenta, la posición del Papa es similar a la de Hillary Clinton. En 2016, durante una reunión para recolectar fondos, Clinton recitó su infame letanía de pecados comunes a la “canasta de deplorables” partidarios de Donald Trump. Según Hillary, son “racistas, sexistas, homófobos, xenófobos, islamófobos.”

Una fobia es “un temor irracional o una aversión extremos por algo”. Clinton decía de este modo que quienes experimentan aversión por la homosexualidad están moral o mentalmente enfermos. Sin embargo, hasta diciembre de 1973, era la homosexualidad la que figuraba en una lista de desórdenes mentales elaborada por la American Psychiatric Association.

La nueva moral que escuchamos de boca del Papa y de Hillary refleja un cambio histórico en el pensamiento moral de Occidente. Porque la creencia de que la homosexualidad es algo normal y natural, no sólo aceptable sino también elogiable, se ha impuesto. Legislaturas y estrados judiciales han convertido esta “verdad” en ley. La Corte Suprema cree haberla encontrado agazapada en esa misma Constitución cuyos autores consideraban y trataban la homosexualidad como un delito grave.

Y, sin embargo, este histórico cambio plantea naturalmente sus interrogantes:

Respecto de la cuestión de la homosexualidad, ¿hemos ascendido algunos peldaños en la escala moral? ¿O hemos echado por la borda las verdades en las que creíamos para reemplazarlas por los supuestos de una ideología que si bien puede estar imponiéndose política y culturalmente, no se basa sino en afirmaciones sin fundamento y en mentiras?

Veamos las opiniones del cardenal Gerhard Muller, recientemente removido como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, respecto de lo que hay detrás de la campaña para que la “homofobia” sea considerada como un desorden mental.

“La homofobia (es) un invento y un instrumento de la dominación totalitaria sobre el pensamiento de los otros. El movimiento homosexual carece de argumentos científicos, y por eso es que ha creado una ideología que pretende imponer creando su propia realidad.”

En pocas palabras, los marxistas culturales y sus aliados progresistas han tomado una aseveración ideológica –la homosexualidad es normal, natural y moral– carente de todo fundamento histórico, biológico o científico, y la han afirmado como verdad, establecido como ley, y exigido que todos la aceptemos y actuemos conforme a esa verdad, o afrontemos la ira del régimen.

Dijo Muller: “Es el esquema marxista, según el cual no es la realidad la que crea el pensamiento, sino el pensamiento el que crea su propia realidad. El que no acepta esta realidad inventada es considerado enfermo. Como si se pudiese influir en una enfermedad con ayuda de la policía o con ayuda de los tribunales. En la Unión Soviética, los cristianos eran enviados a clínicas psiquiátricas. Estos son los métodos de los regímenes totalitarios, del nacionalsocialismo y del comunismo.”

Como escribió Russell Kirk, la ideología es religión política. Y los dogmas de la religión política que nos gobierna con creciente intensidad han desplazado las enseñanzas del cristianismo y de la tradiciòn.

Desde la revuelta de Stonewall en 19691 , las relaciones homosexuales pasaron de ser vistas como indecentes e inmorales, a ser toleradas, a ser aceptadas, a ser equiparadas con el matrimonio tradicional, a ser un derecho constitucional. Y quien no acepta la nueva moralidad, es un fanático deplorable. Y quien actúa en consecuencia con su convicción de que la homosexualidad no es normal, será condenado al ostracismo y castigado.

Las verdades que estamos arrojando por la borda son las que construyeron la más grande civilización conocida por el hombre. ¿Las verdades inventadas de nuestro nuevo igualitarismo sobrevivirán a la llegada de los nuevos bárbaros? Por ahora, las cosas no pintan nada bien.

* Ex asesor de los presidentes Richard Nixon, Gerald Ford y Ronald Reagan, aspirante a la presidencia de los Estados Unidos en 1992 y 1996. Su último libro es Nixon’s White House wars: The battles that made and broke a president and divided America forever.

© Patrick J. Buchanan.
Versión castellana y notas © Gaucho Malo.

  1. Bar y centro de encuentro de homosexuales operado por la mafia en el Greenwich Village neoyorquino, escenario de una violenta reacción contra las redadas policiales. []