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Prueba de resistencia

Por Pat Buchanan *

¿Cuánta presión puede soportar una superpotencia, incluso una superpotencia sin rivales, antes de ceder y quebrarse? Tal vez lo descubramos pronto.

Roma fue la superpotencia de su época, y gobernó durante siglos casi la totalidad de lo que entonces se conocía como el mundo civilizado.

Gran Bretaña fue la superpotencia de su tiempo, pero se desangró, se descapitalizó y se desplomó en la Guerra Occidental de los Treinta Años, entre 1914 y 1945. Cuando Winston Churchill murió en 1965, el imperio había desaparecido y Gran Bretaña se veía invadida por inmigrantes de sus antiguas colonias.

Los Estados Unidos fueron la verdadera superpotencia del siglo XX y única merecedora de ese título tras el colapso de la Unión Soviética entre 1989 y 1991, acontecimiento que Vladimir Putin describió como “la mayor tragedia geopolítica del siglo XX.”

¿Acaso les llegó la hora a los Estados Unidos? ¿Norteamérica se desploma abrumada por los compromisos que asumió últimamente y que intenta cumplir?

En la biblioteca presidencial de Richard Nixon, el que abrió el camino de la China de Mao al escenario internacional, el secretario de estado Mike Pompeo acaba de presentar una estrategia de contención y enfrentamiento apuntada a una China en mucho mayor paridad de condiciones con los Estados Unidos que lo que jamás estuvo la Unión Soviética.

Escribe Arthur Herman, del Hudson Institute: “En la década de 1960, la industria manufacturera aportaba el 25% del producto bruto interno de los Estados Unidos. Hoy apenas roza el 11%. Más de cinco millones de puestos de trabajo industriales se perdieron desde el 2000.” China controla la producción del 97% de los antibióticos de los que depende la vida de millones de norteamericanos. Provee componentes críticos para las cadenas de producción de los sistemas armamentísticos estadounidenses. Beiyín comanda más naves de guerra que la Armada norteamericana, y es acreedora de un trillón [estadounidense] de dólares de la deuda de los Estados Unidos. Moscú nunca nos tuvo así de agarrados.

Prosigue Herman: “Desde el 2000, la industria de la defensa se deshizo de más de 20.000 fábricas instaladas en los Estados Unidos. El trabajo que esas compañías hacían localmente se fue al extranjero, en buena medida a China. Desde metales e imanes permanentes de tierras raras a componentes electrónicos de alta complejidad y circuitos impresos, el Pentágono se ha vuelto progresivamente dependiente de la producción industrial china. Asia produce el 90% de las placas con circuitos del mundo, más de la mitad en China. La participación estadounidense se redujo al 5%.”

Desacoplarnos de China y reindustrializar a los Estados Unidos sería una empresa ciclópea. Pero si no lo hacemos, seguiremos siendo vulnerables.

Otro enfrentamiento prolongado durante décadas, esta vez con China, como la Guerra Fría que acaparó en gran medida nuestra atención y nuestros recursos entre 1940 y 1990, no es el único reto que se les plantea a los Estados Unidos.

Por intermedio de la OTAN, los Estados Unidos siguen siendo el principal protector de casi 30 naciones europeas. Y, pese a la promesa de Donald Trump de poner fin a nuestras guerras interminables, todavía hay 8.500 soldados estadounidenses en Afganistán, 5.000 en Irak, centenares en Siria, otros miles en Kuwait y Bahrein.

Y han surgido nuevas y enormes demandas sobre el tiempo, la atención y los recursos de los Estados Unidos. Unos 145.000 norteamericanos han muerto en cinco meses de pandemia del virus corona, más que todos los soldados muertos en Corea, Vietnam, Irak y Afganistán. Mueren mil norteamericanos por día, más que en la Segunda Guerra y la Guerra Civil sumadas.

La economía estadounidense se ha visto arrojada a algo semejante a una segunda Depresión. El déficit del 2020 se ubica en el orden de los trillones [estadounidenses] de dólares. La deuda nacional ya es mayor que nuestro PBI y sigue creciendo. Hay decenas de millones de personas sin empleo. Y recrudece el cierre de empresas y negocios.

De las protestas, revueltas, saqueos y demolición de estatuas de los últimos dos meses resulta evidente que millones de norteamericanos detestan su historia y sus héroes. Aunque nunca en ninguna parte 42 millones de personas de ascendencia africana alcanzaron los niveles de libertad y prosperidad de que gozan en los Estados Unidos, diariamente se nos advierte que la nuestra es una sociedad corrompida y enferma cuyas instituciones se encuentran absolutamente atravesadas por un “racismo sistémico”.

Las divisiones raciales son casi tan enconadas como durante las revueltas que estallaron en la década de 1960 en Harlem, Watts, Newark y otras cien ciudades tras el asesinato de Martin Luther King. En términos de ciudadanos baleados y muertos cada semana, grandes ciudades norteamericanas como Baltimore, St. Louis, Detroit y Chicago se parecen cada vez más a Bagdad.

El partido Demócrata promete encargarse de las reparaciones raciales de nuestro pecado original esclavista. La prioridad, se nos dice, es poner fin a la desigualdad: de ingresos, riqueza, nivel educacional y cuidado de la salud. Debe terminar la disparidad racial en materia de arrestos policiales, procesamientos, encarcelamientos y expulsión de las escuelas.

Pero si los miles y miles de millones que hemos gastado para enfrentar esas desigualdades desde los días de la Gran Sociedad 1 no lograron grandes progresos, ¿por qué deberíamos creer que ahora sabemos cómo hacerlo, más allá de imponer un rígido igualitarismo socialista de resultados?

Esta Vieja República afronta una prueba de resistencia como nunca la ha padecido desde que la Unión Americana se viera amenazada por la disolución durante la Guerra Civil.


* Ex asesor de los presidentes Richard Nixon, Gerald Ford y Ronald Reagan, aspirante a la presidencia de los Estados Unidos en 1992 y 1996. Su último libro es Nixon’s White House wars: The battles that made and broke a president and divided America forever.

© Patrick J. Buchanan.
Versión castellana y notas © Gaucho Malo.

  1. Programa lanzado por el presidente Lyndon B. Johnson tras el asesinato de John Kennedy, orientado a eliminar la pobreza y la injusticia racial, reducir el delito, y mejorar el ambiente. []