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El fracaso de la élite belicista

Por Pat Buchanan *

“Assad debe irse, dice Obama”, proclamaba el titular del Washington Post el 18 de agosto de 2011. La crónica citaba textualmente al presidente Barack Obama: “El futuro de Siria debe ser decidido por su pueblo, pero el presidente Bashar al Assad se interpone en su camino… Ya es hora de que el presidente Assad de un paso al costado.” El francés Nicolás Sarkozy y el británico David Cameron suscribieron el ultimátum de Obama: ¡Assad debe irse! Siete años y 500.000 muertos sirios después, los que se han ido son Obama, Sarkozy y Cameron. Assad continúa al frente del gobierno en El desEl deDamasco, y los 2.000 norteamericanos desplegados en Siria se aprestan a volver a casa. Pronto, dice el presidente Donald Trump. Pero no podemos irnos ahora, insiste el senador Lindsey Graham, porque, de hacerlo, a los kurdos los van a masacrar.

Pregunta: ¿Quién nos metió en una guerra civil siria, y administró nuestra intervención de tal modo que si regresáramos a casa después de siete años nuestros enemigos resultarían victoriosos y a nuestros aliados “los van a masacrar”?

Hace diecisiete años, los Estados Unidos invadieron Afganistán para expulsar a los talibanes que brindaban refugio a al Qaeda y Osama bin Laden. El diplomático estadounidense Zalmay Khalilzad negocia por estas horas la celebración de conversaciones de paz con esos mismos talibanes. Y esto a pesar de que, según escribió esta semana en el Washington Post el ex director de la CIA Mike Morell, los “remanentes de al Qaeda trabajan codo a codo” con los talibanes de hoy. Parece que diecisiete años de lucha en Afganistán nos han dejado con estas alternativas: quedarnos, y continuar eternamente en guerra para mantener a los talibanes alejados de Kabul, o retirarnos, y permitir que los talibanes tomen el control total.

¿Quién nos metió en esta debacle?

Después de que Trump voló a Irak para la Navidad pero optó por no reunirse con su presidente, el parlamento iraquí, luego de describir el gesto como “una falta de respeto de los Estados Unidos por la soberanía de las otras naciones” y como un insulto a la nación, comenzó a debatir la expulsión de los 5.000 soldados norteamericanos que todavía quedan en su país. George W. Bush lanzó la Operación Libertad para Iraq con la intención de despojar a Saddam Hussein de unas armas de destrucción masiva que no tenía, y de convertir a Iraq en una democracia y bastión occidental en el mundo árabe e islámico. Quince años después, los iraquíes discuten nuestra expulsión. Muqtada al Sadr, un clérigo que se manchó las manos con sangre norteamericana en las luchas de una década atrás, conduce la campaña para sacarnos a patadas. Encabeza el partido con el mayor número de escaños en el parlamento.

Pensemos en Yemen. Durante tres años, los Estados Unidos han apoyado con aviones, munición teledirigida de precisión, reabastecimiento en el aire e información sobre blancos, una guerra saudí contra rebeldes hutíes que degeneró en uno de los peores desastres humanitarios del siglo XXI. Por fin, el Congreso se decidió a cortar el apoyo de los Estados Unidos a esta guerra. El príncipe heredero Mohammed bin Salman, su arquitecto, ha sido condenado por el Congreso debido a su complicidad en la muerte del periodista Yamal Jashogui en el consulado saudita en Estambul. Y los Estados Unidos buscan conseguir una tregua en la lucha.

Pensemos en Libia. En 2011, los Estados Unidos atacaron las fuerzas del dictador Muammar Gaddafi y ayudaron a promover su derrocamiento, lo que finalmente derivó en su asesinato. Al ser consultada sobre la noticia de la muerte de Gaddafi, la secretaria de Estado Hillary Clinton se la tomó a la chacota. “Vinimos, vimos, murió.” Desde entonces, el conflicto libio ha causado decenas de miles de muertes. La producción de la crucial industria petrolera libia se ha desplomado a una fracción de lo que era. En 2016, Omaba reconoció que no haber estado preparado para una Libia post-Gaddafi había sido probablemente la “peor equivocación” de su gobierno.

¿Y cual fue el precio de todas esas intervenciones para los Estados Unidos? Unos 7.000 muertos, 40.000 heridos y trillones [estadounidenses] de dólares. Para el mundo árabe y musulmán el costo fue todavía más grande. Centenares de miles de muertos en Afganistán, Irak, Siria, Yemen y Libia, civiles y soldados por igual, pogroms contra los cristianos, matanzas, y millones de personas expulsadas de sus hogares y empujadas al exilio.

¿De qué manera todas estas invasiones, bombardeos y muertes hicieron del oriente medio un lugar mejor, o aportaron mayor seguridad a los norteamericanos? Una encuesta realizada en mayo de 2018 entre jóvenes del medio oriente y el norte de África mostró la mayoría de ellos veía en Rusia un colaborador más cercano que los Estados Unidos.

¿Y los frutos de la intervención norteamericana? Nos dicen que el ISIS no ha muerto sino que vive en los corazones de decenas de miles de musulmanes, que si partimos de Siria y Afganistán nuestros enemigos van a tomar el control y nuestros amigos serán masacrados, y que si dejamos de ayudar a saudíes y emiratíes a matar hutíes en Yemen, Irán se apuntará una victoria.

Con su decisión de salir de Siria y retirar la mitad de los 14.000 soldados desplegados en Afganistán, Trump irritó a la élite de nuestra política exterior, pese a que millones de estadounidenses no ven la hora de que salgamos de allí cuanto antes.

Al celebrar en su editorial del lunes a las grandes figuras de la política exterior en el último medio siglo, el New York Times escribió: “Ahora que estos líderes se retiran de la escena, quedará en manos de una nueva generación la tarea de encontrar una salida para el descalabro que Trump ha creado.”

Corrección: “Para el descalabro que Trump ha heredado.”

* Ex asesor de los presidentes Richard Nixon, Gerald Ford y Ronald Reagan, aspirante a la presidencia de los Estados Unidos en 1992 y 1996. Su último libro es Nixon’s White House wars: The battles that made and broke a president and divided America forever.

© Patrick J. Buchanan.
Versión castellana y notas © Gaucho Malo.