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La nación que heredamos

Por Pat Buchanan *

“¿Es que no podemos llevarnos bien?” Ese fue el ruego de Rodney King 1 luego de que un jurado de Simi Valley absolviera a los cuatro policías que lo redujeron a golpes tras una persecución a 180 kmh por una autopista de Los Ángeles. Su demanda estuvo precedida por unas revueltas en esa ciudad que fueron las más graves desde las protestas contra el reclutamiento de 1863 en Nueva York, que obligaron a Lincoln a enviar tropas federales. Tras las revueltas y protestas de hoy, desencadenadas por la muerte de George Floyd en Minneapolis, escuchamos llamamientos similares. El presidente Donald Trump debe “tender lazos” y “unir a la nación”.

Pero ¿cómo?

Muchos de esos pedidos de unidad provienen de las mismas élites que se dedican a dividirnos derribando las estatuas de hombres famosos de la historia norteamericana a los que detestan con toda su alma. Hay una segunda guerra contra la Confederación en marcha, para desgracia y deshonra de todos los que lucharon por la independencia del Sur en la guerra de 1861-65. Y se prepara una segunda Reconstrucción. 2

La cruz de San Andrés, el estandarte de batalla del ejército confederado, para millones un emblema de heroísmo y honor, va a ser tratado de ahora en más como la esvástica nazi. Ya se lo ha prohibido en las carreras de Nascar, donde era ampliamente popular. La izquierda es capaz de luchar por el derecho de los marxistas radicalizados de quemar la bandera estadounidense para expresar su odio por ella, pero no puede tolerar que la gente de trabajo haga flamear la bandera de la Confederación para demostrar su amor por ella.

Un segundo frente en la campaña para obliterar la historia es el cambio de nombre de las bases militares estadounidenses en los estados del sur que llevan el nombre de generales confederados como Benning y Bragg. Trump ha prometido vetar cualquier presupuesto de defensa que incluya semejante provisión.

El tercero es la campaña conducida por Nancy Pelosi y sus aliados para retirar del Capitolio las estatuas de cualquiera de esos hombres de “violento fanatismo” relacionados con la Confederación. Primero entre ellos, el general Robert E. Lee. El general David Petraeus ha expuesto sintéticamente el delito que se le imputa a Lee. Aunque “West Point honra a Robert E. Lee con un pórtico, un camino, un barrio y un cuartel”, escribe Petraeus, “Lee… cometió traición.”

El objetivo ahora es imponer como verdad oficial la visión unilateral de la historia estadounidense que está ahora en ascenso: que la causa de la secesión sureña era distinta de la causa de la secesión norteamericana de Gran Bretaña. Que fue un acto de traición arraigado en la ideología de la supremacía blanca. Para lograr que esa visión se imponga como la única aceptable, nuestras élites consideran necesario remover de la vista del público las estatuas de todos aquellos relacionados con la causa de la independencia sureña y estigmatizarlos como traidores.

Sin embargo, tienen un problema. ¿Dónde van a trazar la raya las élites cuando los radicalizados pidan más? Si el apoyo a la esclavitud descalifica a una persona para estar en compañía de los hombres decentes, ¿también descalifica a George Washington, que poseyó esclavos durante toda su vida? Washington luchó por la independencia, que es lo mismo por lo que luchó Lee. Lee no cuestionó la elección de Lincoln. No se propuso derrocar al gobierno encabezado por Lincoln. Renunció al ejército de los Estados Unidos para volver a casa y defender a la gente entre la que se había criado de una invasión encaminada a obligarla a reintegrarse a una Unión de la que los gobernantes electos de sus estados habían decidido retirarse.

No sólo la capital del país, Washington, lleva el nombre de un propietario de esclavos durante toda su vida, lo mismo ocurre con la capital de Missouri, Jefferson City. Y con la capital de Mississippi, Jackson. Y con la capital de Wisconsin, Madison. La capital de Ohio es Columbus. La capital de Carolina del Sur es Columbia. Las dos deben su nombre al ahora vilipendiado Cristóbal Colón, cuya estatua todavía se yergue frente a la Union Station en la capital del país.

A juzgar por la manera como vivieron sus vidas, ninguno de esos hombres parece haber compartido la confianza de la modernidad en la democracia, la diversidad o la igualdad social. Pese a todo, fueron ellos los que forjaron los Estados Unidos de América. Washington nos condujo a la independencia y a la propiedad de toda la tierra desde el Atlántico hasta el Mississippi. Jefferson negoció la compra de la Louisiana, duplicando el tamaño de los Estados Unidos. Andrew Jackson le sumó la Florida. James K. Polk le añadió el sudoeste y California. El propietario de esclavos Sam Houston ganó la guerra por la independencia de Texas e incorporó su República de Texas a la Unión en 1845.

Dos de los tres más grandes estadistas que tuvo el Senado en el siglo XIX, Henry Clay de Kentucky y John Calhoun de Carolina del Sur, fueron propietarios de esclavos. Los dos tienen estatuas en el Capitolio. ¿También se van? El puente más nuevo sobre el Potomac, así como la mayor represa de la TVA, 3 llevan el nombre de Woodrow Wilson, quien reimplantó la segregación racial en el gobierno.

Todos ellos fueron figuras decisivas de la historia norteamerican. Si a todos se los deshonra abatiendo sus estatuas y retirando sus nombres de ciudades, condados, pueblos, ríos, canales, puentes, edificios, carreteras, caminos, calles y represas, ¿qué nos queda? Detesten a todos esos blancos si eso es lo que quieren, pero fueron ellos los que crearon la nación que heredamos.


* Ex asesor de los presidentes Richard Nixon, Gerald Ford y Ronald Reagan, aspirante a la presidencia de los Estados Unidos en 1992 y 1996. Su último libro es Nixon’s White House wars: The battles that made and broke a president and divided America forever.

© Patrick J. Buchanan.
Versión castellana y notas © Gaucho Malo.

  1. Obrero de la construcción negro, víctima en 1991 de una brutal paliza a manos de la policía que dio origen a un sonado caso judicial. []
  2. Nombre dado al proceso de transformación de los estados confederados por parte de sus vencedores en la guerra de Secesión, que se extendería por más de una década. []
  3. Tennessee Valley Authority, la mayor empresa estatal estadounidense de energía eléctrica. []