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Los motivos tras la matanza

Por Pat Buchanan *

“¡Es el colmo!” “¡Basta de una vez!” “¡Esto tiene que parar!” Tales fueron algunos de los comentarios más comunes entre la andanada de comentarios que sucedieron a la matanza en el colegio secundario Marjory Stoneman Douglas, del condado de Broward. No era la primera vez que escuchábamos esas palabras. Lamentablemente, estas atrocidades no van a parar. Porque los ingredientes que producen estas carnicerías están presentes en abundancia en la sociedad norteamericana.

¿Qué puede detener a una persona cargada de odio, a quien su propia vida ha dejado de importarle y está dispuesto a ponerle fin, si se le ocurre conseguir un arma en un país con 300 millones de armas y matar a todos los que pueda en un lugar público antes de que llegue la policía?

El gobernador Rick Scott describió como “un acto de maldad pura y absoluta” la atrocidad que se llevó 17 vidas y dejó una decena de heridos. Y maldad es la palabra adecuada. Si bien la matanza puede ser obra de una mente desequilibrada, no cabe duda de que es producto de una depravación moral. Porque esto fue premeditado y planeado, diseñado a imagen y semejanza de los asesinatos en masa a la que este país se ha acostumbrado demasiado.

Nikolas Cruz lo pensó bien. Sabía que era el Día de San Valentín. Llevó su AR-15 cargado, con municiones adicionales y granadas de humo, al colegio del que había sido expulsado. Activó una alarma de incendio, sabiendo que impulsaría a los alumnos a salir apresuradamente a los corredores, donde serían blanco fácil. Después escapó, mezclado con los estudiantes en fuga.

El primer ingrediente entonces fue una helada indiferencia por la vida humana y una decisión de matar a sus ex compañeros a manera de represalia por lo que Cruz creía que se le había hecho a él en el colegio Douglas. Tenía la conciencia muerta, o enterrada en el odio, la furia o el resentimiento contra quienes eran exitosos allí donde él había fracasado. Lo habían rechazado, hecho a un lado, expulsado. Ésta iba a ser su venganza, algo que ni la nación ni el colegio podrían ignorar… ni olvidar.

A decir verdad, las atrocidades que hemos presenciado en los últimos años parecen tener como común denominador el hecho de que quien las perpetra es un nadie deseoso de morir como alguien.

Si el sentimiento de agravio contra quienes suponen los han lastimado incita a los inadaptados como Cruz al asesinato en masa, el imán que los atrae a él es la infamia. La infamia es para ellos el camino más corto a la inmortalidad.

Desde las muertes en Columbine al asesinato de feligreses negros por Dylann Roof en la iglesia de Charleston, desde la matanza en el club nocturno Pulse de Orlando a la carnicerìa de infantes en Newtown y a Las Vegas el pasado octubre, cuando Stephen Paddock, disparando desde un piso alto del Mandalay Bay, matò a 58 personas e hirió a otros cientos en un festival de música campera, todas esas atrocidades han ingresado a la historia social y cultural de la naciòn. Y quienes las cometieron consiguen un reconocimiento del que pocos norteamericanos gozarán jamás. Charles Whitman, que mató a 47 personas desde una torre de Texas en 1966, es el modelo a imitar.

El mal tiene su propia jerarquía de recompensas. Tal vez el hombre más famoso del siglo XX fue Hitler, seguido de cerca por Stalin y Mao.

Algunos de los individuos deseosos de “hacerse conocer” de esta manera se quitan la vida cuando llega la respuesta, o cometen “suicidio policial” y las entregan en un tiroteo. Otros, Cruz entre ellos, prefieren presentarse ante el tribunal, para que el mundo sepa quiénes son. Y los comentaristas y las cámaras de televisión volverán a concederles lo que más ansían: publicidad masiva.

Esto no lo podemos cambiar. En cuanto se conoce la noticia, las cámaras acuden corriendo, y asistimos a otra entrega del drama conocido: autos patrulleros, policías en uniforme de fajina, ambulancias, estudiantes que corren aterrorizados o marchan en fila, y los sabihondos de la TV que preguntan por qué los cobardes del Congreso todavía no votaron la proscripciòn de los AR-15.

Sin embargo, una de las razones por las que los dueños de armas aprecian el AR-15 es que, no sólo en las películas y las series es el arma preferida del hèroe –y del villano–, sino que en la vida real es el tipo de rifle portado por los combatientes más admirados por los norteamericanos. Es la versión moderna del mosquete colgado sobre el hogar.

Hay otro factor que ayuda a explicar lo ocurrido el miércoles. Somos una sociedad anteriormente cristiana y actualmente en avanzado estado de descomposición. Nikolas Cruz es hijo de una familia rota. Lo adoptaron. Sus padres de adopción murieron los dos. ¿De quién iba a recibir sus ideas sobre lo que se hace y lo que no se hace, sobre el bien y el mal? Antes de la muerte de Dios y del repudio de los Diez Mandamienntos, en aquellos días oscuros de la década de 1950, casi no existían las atrocidades que hoy son corrientes.

Uno se imagina a Nikolas, solo, mirando la cobertura televisiva del tiroteo de Las Vegas, y preguntándose: “¿Y por qué no? ¿Qué tengo que perder? Si esta vida es tan miserable, y es tan improbable que mejore, ¿por qué no escapar así, de una manera espectacular? Si me decidiera, por el resto de sus vidas se van a acordar de quién fui y qué hice.”

Y, lamentablemente, eso es lo que vamos a hacer.

* Ex asesor de los presidentes Richard Nixon, Gerald Ford y Ronald Reagan, aspirante a la presidencia de los Estados Unidos en 1992 y 1996. Su último libro es Nixon’s White House wars: The battles that made and broke a president and divided America forever.

© Patrick J. Buchanan.
Versión castellana y notas © Gaucho Malo.