Algunas cosas habrá que agradecerle al kirchnerismo, y la más importante de ellas es haber servido de revulsivo de las certidumbres políticas casi universalmente aceptadas por la sociedad argentina: es muy difícil que en el futuro el estatismo progresista-populista sea identificado sin mayor análisis con el bien, y también es muy difícil que de aquí en más el liberalismo político y económico sean colocados sin discusión en el bando de los malos. Naturalmente, esto no estaba en los planes de los K, pero ha sido una importante, si bien involuntaria, aportación a la cultura política argentina.
Es curioso lo ocurrido entre nosotros con la filosofía liberal. Nuestra república se construyó sobre sus bases, y sin embargo nunca tuvimos un grand old party que recogiera la tradición de los fundadores y tradujera esa escuela de pensamiento en acción política. El liberalismo político en la Argentina quedó irreparablemente asociado a la corrupción (desde los especuladores que desencadenaron la crisis de 1890 hasta la caterva de sinvergüenzas agazapados en la Ucedé detrás de la figura de Álvaro Alsogaray) y a los golpes de estado supuestamente orientados a restablecer los principios republicanos… empezando por las devaluaciones y la precarización laboral. Para la mayoría de la gente el liberalismo fue simplemente el partido del dinero, bien o mal habido.
En forma paralela con esas intervenciones efectivas en la cosa pública, a veces en contacto con ellas, siempre hubo en la Argentina sociedades, clubes, grupos de reflexión liberales que han dado al país ilustres personalidades públicas. Sin embargo, y con las honrosas excepciones que confirman la regla, han obrado más como celosos custodios de una ideología congelada que como fuentes creativas y originales de ideas y propuestas, con un comportamiento similar al de los trotskistas respecto del marxismo. E igualmente maniqueos: para los liberales argentinos, los políticos y el estado son siempre sospechosos, mientras que los empresarios y el dinero son naturalmente buenos. Los liberales argentinos parecen incluso más zonzos: incluso hoy día, defienden por ejemplo a McDonald´s y atacan al papa Francisco con argumentos de una puerilidad asombrosa, imposibles de ser atendidos por una persona de mediana inteligencia.
En la última década han surgido agrupaciones políticas con algunos puntos de contacto con los principios liberales, pero que nunca han querido definirse claramente como tales: la Coalición Cívica de Elisa Carrió y el PRO de Mauricio Macri han exhibido un comportamiento republicano en el Congreso, pero la gestión de gobierno del PRO en la ciudad está a años luz del liberalismo, y la Coalición Cívica no ha tenido problemas para asociarse a Proyecto Sur, que respaldó todas las leyes estatistas del kirchnerismo.
Al mismo tiempo, sin embargo, la oferta electoral de octubre presenta algunas opciones liberales que no se avergüenzan de ese nombre, tales como el Partido Liberal Libertario, que postula a Gonzalo Blousson para la legislatura porteña, o ConVocaciónSI, que propone a Marcos Hilding-Ohlsson como concejal en San Isidro, para mencionar dos casos cercanos. Y debe reconocerse el trabajo del infatigable Agustín Etchebarne, de Libertad y Progreso, en el reclutamiento y preparación de fiscales independientes en todo el país.
Pareciera que en todos estos espacios, en buena medida como reacción al kirchnerismo, a veces con propuestas y estilos de comunicación originales y creativos, estuviera gestándose saludablemente una nueva generación política, capaz de asumir como propios los principios que constituyeron este país, y en algún momento le dieron relevancia en el mundo. No es menor la tarea que tienen por delante, principalmente la de actualizar su repertorio doctrinario, adaptarlo a la idiosincracia nacional, y mejorar la calidad de sus mensajes. No es con citas de Ayn Rand como van a borrar del imaginario popular la caracterización del liberalismo como “zorro libre en gallinero libre” que hiciera Arturo Jauretche.
–Santiago González