¿Lego o Rasti? Para el autor de una nota publicada recientemente en el sitio Libertad y Progreso no hay dudas: el juego de construcción danés se lleva las palmas frente al germano-argentino. Sin embargo, sus argumentos me dejaron pensando: “Armar un juguete de Lego exige ir paso a paso, siguiendo cuidadosamente las indicaciones que ofrecen las instrucciones -dice el columnista de LyP-. Las piezas, aunque parecidas, son muy particulares y cada una debe ocupar su lugar específico. Por el contrario, el abanico de piezas distintas de los Rastis es más limitado y la posibilidad de intercambiar piezas suele ser mayor. Además, al no ser las piezas muy definidas, el acabado final de la nave o vehículo que se intenta armar no suele ser muy armónico. Seguir las instrucciones no suele ser tan necesario ya que la sencillez de las piezas da pie a un armado más intuitivo. Como contrapartida, el producto final –la nave o el vehículo– no ofrece grandes detalles y basta con cambiar algunas piezas para tener una nave o vehículo algo distinto. Si al armar un Lego se coloca una pieza en un sitio incorrecto es necesario volver atrás, es decir, desarmar buena parte de lo que se armó, consultar las instrucciones con mayor atención y volver a empezar. En los Rastis, por el contrario, la mayor maleabilidad de las piezas permite que este proceso no sea tan cerrado y exigente; reubicar y rehacer sobre la marcha suele ser más frecuente.”
La comparación entre los dos sistemas es correcta, y los refleja adecuadamente. Pero es posible extraer conclusiones distintas *. Tomemos la cuestión de las instrucciones: el autor reconoce que en Lego son necesarias y rigurosas; no seguirlas al pie de la letra conduce al error, y el error obliga a empezar de nuevo. En Rasti no hay instrucciones o son muy generales, y siempre hay espacio para cambiar de dirección, alterar la intención primera. El juego es un factor educativo de suma importancia: Lego enseña a seguir instrucciones al pie de la letra, Rasti estimula la originalidad, la intuición, y enseña a reformular proyectos sobre la marcha, algo que sintoniza perfectamente con la imaginación infantil. Tomemos ahora la cuestión del detalle del modelo a construir. La filosofía de Lego es brindar una variedad idealmente infinita de piezas con las formas y perfiles habitualmente visibles en el mundo que nos rodea, para permitir la construcción de modelos lo más cercanos posible al original. La filosofía de Rasti es ofrecer una cantidad deliberadamente limitada de piezas de formas básicas para permitir la construcción de modelos que aludan o evoquen el original. No se trata de encontrar las piezas que reflejen exactamente la curva de un guardabarros, sino de encontrar las piezas que sugieran esa curva. La diferencia pedagógica en este caso es enorme: Lego obliga a la literalidad, una rueda es una rueda y un farol es un farol. Cumplidas las instrucciones, el valor lúdico del juego se terminó. Rasti obliga a la imaginación, una pieza cuadrada puede ser una rueda o un farol: su significado dependerá del contexto y deberá ser sostenido mientras prosiga el juego (e incluso podrá variar). Esta es la manera de jugar que tienen los chicos espontáneamente (un palo de escoba es un caballo, o una espada, o un totem), y la que realmente es funcional a su educación entendida como puesta en operación y expansión de sus capacidades. Lego induce un comportamiento de usuario, de consumidor; Rasti induce un comportamiento de inventor, de creador.
* * *
Digamos que la industria del juguete va en la dirección de Lego, no en la de Rasti, y eso lleva a pensar en el perfil que la sociedad va eligiendo como deseable para sus hijos. Mientras Rasti mantiene su repertorio original de piezas, Lego las multiplica caprichosamente, no ya para perfeccionar su mimesis del mundo real sino para representar personajes, situaciones y escenarios de mundos mediáticos como los de la serie Guerra de las Galaxias y otros por el estilo, en decisiones comerciales y oportunistas. Otro tanto ha ocurrido con Playmobil, un sistema orientado a facilitar en el niño la dramatización de situaciones con unos muñequitos esquemáticos, con físico de niños, que rápidamente se convertían en médico, vaquero o bombero mediante el simple agregado de un estetoscopio, un lazo o un casco. Últimamente, esos muñequitos vienen perdiendo esquematismo (valor alusivo) para ganar en realismo (opuesto a la imaginación). Y el mismo camino han seguido los juegos de computadora. Lo que se produce para la famosa Play Station y otras consolas similares, no le llega a los talones en términos de originalidad, creatividad y estímulo, a los gráficos de baja resolución de las máquinas de 8 bits de los ochenta: Spectrum, Commodore, Atari. Un realismo literal y violento ha reemplazado a los esfuerzos del gorila geométrico que debía rescatar a su novia en el clásico juego de plataformas Donkey Kong.
Aunque la potencia creativa de los chicos suele sobreponerse a cualquier intención de los adultos, y el farol más realista de Lego puede convertirse rápidamente en una rueda si las circunstancias lo exigen, no es posible ignorar los efectos de determinadas sinergias: ¿que ocurre cuando unos juegos que inducen un comportamiento de usuario, de consumidor, un comportamiento pasivo que sigue instrucciones, se combinan en una rara pedagogía con otros que estimulan la respuesta violenta, la agresividad, la gratificación inmediata? Ciertas conductas de nuestros niños y jóvenes no deberían sorprendernos.
–Santiago González
* Aunque el autor del artículo de Libertad y Progreso manifiesta su personal preferencia por el juego Lego, lo hace citando los recuerdos de su infancia, y si recurre a la comparación con Rasti es sólo para ilustrar un punto de teoría económica y no para reflexionar en profundidad sobre las cualidades de uno u otro sistema. Este comentario, por lo tanto, no guarda la intención de polemizar con el de LyP, y más bien le agradece haber servido de estímulo.