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El ideólogo y el nacionalista

Por Pat Buchanan *

“Hace mucho que conozco a Xi Yinpín… No tiene un pelo de demócrata, con d minúscula”, dijo Joe Biden en su primera conferencia de prensa como presidente, y no se detuvo allí: “Es uno de esos tipos, como (el presidente de Rusia Vladimir) Putin, que cree que la autocracia es la onda del futuro…, que la democracia no puede funcionar en un mundo cada vez más complejo. Resulta claro, absolutamente claro, que hay una batalla entre la utilidad de las democracias en el siglo XXI y la de las autocracias… Tenemos que demostrar que la democracia funciona.”

De este modo, Biden planteó el conflicto entre los Estados Unidos y China en términos casi puramente ideológicos. “Fíjense en esto -dijo-: sus hijos o sus nietos van a tener que preparar sus tesis doctorales sobre la cuestión de quién tuvo éxito, la autocracia o la democracia. Porque eso es lo que está en juego, y no sólo con China.”

Pero, ¿de esto se trata el conflicto entre los Estados Unidos y China por la supremacía económica, militar y estratégica? ¿De una competencia entre dos sistemas políticos? ¿Y acaso Xi Yinpín entiende las cosas de la misma manera? ¿Xi se ve a sí mismo como el campeón mundial de la “autocracia”, o como el líder nacionalista del pueblo chino y sucesor de Mao como Gran Timonel al frente del partido que decide el destino de la nación?

¿Y somos nosotros, los norteamericanos verdaderamente los campeones de la democracia en el amanecer de una decisiva batalla contra la “autocracia”? ¿Cómo es entonces que abrazamos como aliada de la OTAN a la república de Turquía, gobernada por el autócrata Recep Tayyip Erdogan? Nuestros aliados árabes incluyen al presidente de Egipto Abdel-Fattah el-Sissi, llegado al poder mediante un golpe que desplazó a un gobierno electo. También aparecen alineados con nosotros el rey y el príncipe heredero de Arabia Saudí, y las monarquías del Golfo Pérsico, que con toda justicia podrían ser descriptas como autocracias. ¿El rey de Bahrein, el emir de Kuwait y el sultán de Omán son miembros plenos del club norteamericano de las democracias?

A diferencia de la URSS de Lenín, Trotsky y Stalin, la China de Xi no parece inclinada a imponer su sistema político a las naciones con las que mantiene sólidos vínculos económicos y comerciales, como Australia, Japón y Corea del Sur. “Sus hijos van a vivir bajo el socialismo”, rugía Nikita Jruschov. De Xi no se escucha nada semejante. A decir verdad, en la batalla ideológica definida por Biden parece más bien que son los Estados Unidos y las democracias occidentales los que exigen que China se acomode a nuestras creencias y valores, y no al revés.

Xi pone por delante a China, y en China a su propio pueblo, la mayoría china han. En cuanto a las minorías tribales y étnicas existentes en el seno del país -uigures, kasajos, tibetanos, mongoles, manchúes, hongkoneses- sus derechos son subordinados y restringidos, como son las creencias y los sistemas de valores de los cristianos en gran parte de la cincuentena de países musulmanes.

A diferencia de las élites progresistas estadounidenses que celebran la diversidad racial, religiosa y étnica -cuanta más, mejor-, los gobernantes chinos parecen temer las diversidades racial, religiosa, étnica e ideológica como fuerzas que amenazan con el tipo de desintegración que abatió el imperio soviético y la URSS.

Y a diferencia de los norteamericanos que se inclinan ante el altar de la igualdad, los chinos se comportan guiados por la creencia de que no todas las minorías religiosas, raciales y étnicas tienen los mismos derechos. Y así como el crecimiento de China en poder y prosperidad reales y relativos, desde los sucesos de la plaza Tiananmen en 1989, ha marcado una época, la vida política en los Estados Unidos parece cada vez más envenenada y las divisiones raciales más enconadas que lo que eran al final de la era Reagan.

Tampoco la fe de Biden en la democracia con d minúscula parece haber sido compartida por los hombres que fundaron los Estados Unidos como una “república, si es que se la puede mantener”. 1 Veían la democracia no como un objeto de veneración, sino como un peligro a ser evitado. “Recuerden, la democracia nunca dura mucho”, escribió John Adams. “Pronto se desgasta, se agota, y se mata a sí misma. Nunca hubo una democracia que no haya cometido suicidio”. Tal vez nuestro más grande magistrado, John Marshall, dijo que “Entre una república equilibrada y una democracia, la diferencia es la que va del orden al caos.”

“Una democracia es la forma de gobierno más vil que existe”, sostuvo Tom Paine, a quien le hizo eco el padre de la Constitución, el propio Madison: “La democracia es la forma de gobierno más vil. Las democracias siempre han sido espectáculos de turbulencia y controversia incompatibles con la seguridad personal o los derechos de propiedad.” Al término de una larga vida, Thomas Jefferson llegó a la conclusión de que “la democracia no es otra cosa que el gobierno de la turba, en el que el 51% de las personas les puede arrebatar sus derechos al otro 49%”.

Democracia y autocracia -de la que son ejemplo las dictaduras y las monarquías- son formas de gobierno, no objetos de culto. Es la nación la que compromete el corazón, no el sistema de gobierno que la conduce. Y es la nación la que se erige en legítimo objeto de adhesión, lealtad y amor. Eso es lo que significa la frase “Los Estados Unidos primero”.

* Ex asesor de los presidentes Richard Nixon, Gerald Ford y Ronald Reagan, aspirante a la presidencia de los Estados Unidos en 1992 y 1996. Su último libro es Nixon’s White House wars: The battles that made and broke a president and divided America forever.

© Patrick J. Buchanan.
Versión castellana y notas © Gaucho Malo.

  1. Palabras de Benjamin Franklin. []