Tal vez sea injusto con alguno, pero de todos los ministros de economía que desfilaron en el marco de sucesivos gobiernos desde que tengo memoria sólo puedo recordar dos que se esforzaran por explicar al común de las gentes la naturaleza y el sentido de las decisiones que tomaban desde su función, los sacrificios que suponían y los beneficios que eventualmente traerían consigo: me refiero a Álvaro Alsogaray y Domingo Cavallo. Como todos los ministros, hablaban en un lenguaje más técnico cuando les tocaba exponer ante otros economistas o ante representantes de la banca o la empresa. Pero en sus diálogos con periodistas o, mejor aún, en los mensajes públicos que dirigían al ciudadano de a pie, apelaban a todos sus recursos didácticos para presentar sus argumentos y hacerse entender. Alsogaray solía ayudarse con un pizarrón y un puntero, lo que hacía las delicias de los caricaturistas de la época. Cavallo en cambio apelaba a su envidiable claridad expositiva. Los dos evidenciaban con ese esfuerzo una apreciable dosis de respeto por las personas que iban a sentir el impacto de sus medidas, y no los trataban como estúpidos haciendo concesiones a la demagogia. Incluso ya alejados de la función pública, los dos ministros mantuvieron ese impulso docente: Alsogaray con libros, artículos, folletos y conferencias; Cavallo también con libros y artículos, pero, como habitante de otra época, también a través de su blog en Internet donde con tenacidad y sencillez dignas de elogio comenta los sucesos del presente, revisa los acontecimientos del pasado, y responde pacientemente a todos los comentarios de los lectores, no siempre bienintencionados. Nunca sabremos si las decisiones de estos ministros habrían rendido los frutos que sus disertaciones prometían porque las rencillas del poder se encargaron de frustrarlas. Cavallo tuvo más tiempo que Alsogaray para adelantar su programa, y pudimos llegar a ver la parte exitosa; pero fue desplazado justamente cuando factores externos e internos ponían en tensión sus políticas. Cuando lo convocaron nuevamente para resolver los problemas creados ya era tarde. Tampoco sabremos si sus esfuerzos docentes pudieron tener algún impacto (el rumbo posterior del país hace presumir que no), porque la maquinaria publicitaria del progresismo los combatió a los dos con pareja saña, hasta convertirlos en epítomes del mal (en la inmerecida compañía de José Alfredo Martínez de Hoz): a nada teme más la izquierda que a la educación, ningún otro ambiente le resulta más propicio que el de la ignorancia y la estupidez. –S.G.