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La diplomacia del insulto

Por Pat Buchanan *

Cuando la guerra en Ucrania llevaba ya algunas semanas, George Stephanopoulos, de la cadena ABC, le preguntó al presidente Joe Biden si estaba de acuerdo con los que describen al presidente ruso Vladimir Putin como “un asesino”.

—Lo estoy —dijo Biden.

Después de llamar a Putin asesino, Biden fue avanzando con los calificativos hasta describirlo como “un criminal de guerra”, “un dictador homicida”, “un matón hecho y derecho” y “un carnicero”. Es difícil recordar algún presidente norteamericano que haya usado esa clase de epítetos sobre el líder de una nación con la que no estábamos en guerra.

¿Cuál es la lógica de Biden? ¿Cuál es su propósito?

Franklin D. Roosevelt y Harry Truman, para su bochorno eterno, se referían a José Stalin, mucho más monstruoso que Putin, como “el buenazo de Joe” y “el tío Joe” cuando buscaban su colaboración en la Segunda Guerra mundial y en los primeros años de la posguerra. Richard Nixon brindó por Mao Zedón, el mayor asesino en masa del siglo XX, en el Gran Salón del Pueblo durante su histórico viaje a China en 1972. Su propósito: establecer relaciones con el adversario más hostil de los Estados Unidos, ayudar a Nixon a promover “una generación de paz”.

Pero cuando se trata de describir a Putin, que lanzó la invasión de Ucrania, Biden apela una y otra vez a los insultos más desagradables. ¿Por qué?

—Putin se lo merece —dicen los campeones de una Segunda Guerra Fría. La diplomacia necesita más verdad y más franqueza. Cuando Biden aludió a Putin al cerrar su mensaje en Varsovia, Polonia —”Por amor de Dios, este hombre no puede seguir en el poder”— estaban exultantes.

Biden proponía un cambio de régimen en Rusia, pedía al pueblo de Rusia que reservara al “asesino” y el “carnicero” el destino que se merece y lo removiera del poder por cualquier medio. A los pocos minutos de escuchar a su presidente salirse del libreto con su llamado a un cambio de régimen en Rusia, los colaboradores de la Casa Blanca y los funcionarios del gabinete no sabían cómo hacer para convencer a los periodistas de que el presidente de los Estados Unidos no había querido decir lo que el presidente de los Estados Unidos acababa de decir.

Biden había expresado su “indignación moral” frente a la carnicería desatada por Putin en Ucrania, dijeron, sin que ello implicara un cambio de rumbo en la política estadounidense. Durante días, el presidente y sus consejeros discutieron sobre si Biden había formulado una recomendación literal cuando dijo “este hombre no puede seguir en el poder”. El sábado en Jerusalén, el secretario de estado Antony Blinken trató de zanjar la discusión: “Como ustedes saben, y como ya nos lo han escuchado decir repetidamente, no tenemos como estrategia un cambio de régimen en Rusia ni en ninguna otra parte, para el caso. En éste, como en cualquier otro caso, es algo que corresponde al pueblo del país en cuestión. Le corresponde al pueblo ruso.”

Un problema con la declaración de Blinken es que los Estados Unidos han estado profundamente involucrados, tanto durante la Guerra Fría como después, en las “revoluciones de colores” dirigidas a derrocar a los autócratas que no nos gustaban. A decir verdad, cuando Biden caracteriza la causa de los Estados Unidos en el mundo como la conducción de la lucha global entre la democracia y la autocracia, ¿cuál es el destino deseado y predeterminado para los autócratas a los que nos oponemos, sino su derrocamiento por la fuerza? En 2014, los Estados Unidos ayudaron a financiar la Revolución de la Dignidad, que derrocó en Kiev a Viktor Yanukovich, un presidente democraticamente electo. El senador John McCain y la funcionaria del Departamento de Estado Victoria Nuland estaban en la plaza mayor de Ucrania aclamando a los rebeldes.

Un segundo problema es que Putin es muchas otras cosas, distintas de los términos usados por Biden para describirlo. Comanda el mayor arsenal nuclear de la tierra y diez veces más armas nucleares tácticas que los militares estadounidenses. Es el hombre con el que tenemos que hablar si esperamos poner fin a la guerra en Ucrania. Porque sólo Putin puede ordenar que el ejército ruso se detenga o se retire, presumiblemente un objetivo de la política exterior estadounidense. Si el presidente de los Estados Unidos es el hombre más poderoso del mundo, Putin está ahí arriba a su lado, teniendo a su disposición un arsenal de misiles balísticos intercontinentales capaz de poner fin a la civilización occidental.

Sin la colaboración de Putin, el derramamiento de sangre habrá de continuar en Ucrania. ¿Cómo puede alcanzarse la meta de obtener su acuerdo para poner fin a la guerra en Ucrania cuando el presidente de los Estados Unidos reiteradamente lo rocía de insultos?

A decir verdad, ya hemos pagado un precio. El secretario de defensa Lloyd Austin y el presidente del estado mayor conjunto, general Mike Milley, descubrieron que los teléfonos seguros para comunicarse con sus pares rusos se quedaron mudos. Ni el ministro de defensa Sergei Shoigu ni el jefe del estado mayor de las fuerzas armadas Valery Gerasimov levantan el tubo. En Moscú se habla de romper relaciones con los Estados Unidos debido a los insultos del presidente.

Ninguno de los aspirantes a pacificadores que buscar conseguir un cese del fuego o una tregua en la guerra de Ucrania se comporta de la misma manera ni usa un lenguaje semejante. Ni el presidente de Francia Emmanuel Macron, ni el presidente de Turquía Recep Erdogan ni el primer ministro de Israel Naftali Bennett se han referido a Putin con el lenguaje empleado por Biden.

El costo de lo que hace Biden salta a la vista, pero ¿dónde están los beneficios?


* Ex asesor de los presidentes Richard Nixon, Gerald Ford y Ronald Reagan, aspirante a la presidencia de los Estados Unidos en 1992 y 1996. Su último libro es Nixon’s White House wars: The battles that made and broke a president and divided America forever.

© Patrick J. Buchanan.
Versión castellana y notas © Gaucho Malo.